A sus 93 años, Antoni Escandell continúa sin fallar a su cita anual con el Pou de Labritja y repite el mismo ritual de siempre: nada más llegar busca una silla y la sitúa sobre la pared opuesta al pozo para contemplar desde lo alto el baile. Y así, año tras año desde hace 25. Antoni nunca pensó que vería vestirse de payesa a su hija Maria, que ayer, pasados los cincuenta, se estrenó como balladora.

Los padres de los balladors que fundaron la Colla de Labritja tampoco debían pensar que esta festa pagesa llegara a sus bodas de plata. Tiempo atrás pocos eran los que recordaban que en este lugar junto al torrente de Labritja cada 5 de agosto se celebraba un baile en el que los vecinos de la zona se reunían para celebrar Santa Maria, la patrona de la isla. De hecho, la mayoría no sabía ni dónde se encontraba el Pou de Labritja, ya que la maleza lo había escondido completamente.

Estos padres ‘fundadores’ decidieron acabar con el misterio y durante varios fines de semana trabajaron sin otra recompensa que la ilusión de ver bailar a sus hijos en este hermoso rincón de la vénda de Labritja. Una vez cortado todo el braser que ucubría el pozo, arreglaron las paredes de su alrededor, crearon una plaza para poder bailar y dejaron escrito en dos placas que la Colla de Labritja devolvió a este pozo su viejo esplendor en 1993.
Ayer, decenas de balladors del grupo anfitrión, de la Colla de Vila y de otras formaciones volvieron a llevar el sonido del tambor, la flaüta y las castanyoles al Pou de Labritja, que durante una tarde al año se convierte en un oasis ideal en el que evadirse de la saturación y las aglomeraciones que las carreteras y las playas de la isla viven durante esta época.