El tenor Carlos Tur, minutos antes de la entrevista. | Marcelo Sastre

Pese a su juventud, Carlos Tur es un reputado artista que desde pequeño se ha sentido fascinado por la música.

Desde muy pequeño manifestó su gusto por la música. ¿Cuándo empezó a estudiarla?
—Empecé a los nueve años a estudiar guitarra, que no tenía nada que ver con la música clásica. A mi padre le hizo mucha ilusión porque tiene sangre gitana, pero cuando le dije que no me veía estudiando guitarra flamenca se llevó una decepción, pero me dejó ingresar en la Academia Alfredo Souza, donde además de guitarra recibí clases de armonía, solfeo y análisis musical. En un principio, me aficioné al rock antiguo, al blues, al jazz, incluso con unos amigos creamos un grupo musical de rock que se llamaba Estampa2, formado por un batería, un bajista y otro guitarrista. Hacíamos versiones de canciones de los 80 como de las de Héroes del silencio, dimos algún concierto y llegamos a ser teloneros de Projecte Mut.

Cuando descubrió su pasión por la música clásica ,¿cómo reaccionaron sus padres?
—A los trece años les dije que quería estudiar canto lírico. Su reacción fue de sorpresa, jamás de negación. Me dijeron: ‘Si tú quieres, tienes tiempo y ganas, ¡adelante!’. Y siempre me apoyaron. A los catorce años empecé en la Academia Clave de Sol a estudiar técnica vocal con la soprano Ángela Lenton. A los 16 ingresé en el Centre de Música Creativa d’Eivissa y recibí clases de Joaquín Garli, experto en técnica vocal.

¿Cuándo decidió que quería ser tenor?
—En realidad, yo quería ser barítono, pero a la edad de 14 años, cuando ya has hecho el cambio de voz, aunque es muy voluble y puede cambiar, ya me identificaron como tenor, lo cual fue una gran decepción para mí. Yo quería ser barítono, la voz más grave que siempre interpretan los malos en las óperas. Era una voz que a nivel armónico y musical me atraía mucho. Me gustaba mucho el barítono ruso Dimitri Hvorostovsky.

Después hizo una audición con una soprano rusa, Anna Vladimirova. ¿Cómo fue esa experiencia?
—Era una audición para estudiar en su academia privada en Barcelona, superé la prueba y estuve estudiando con ella hasta los 22 años. Era una mujer muy selectiva, y durante la audición yo pensé que no iba a entrar porque me iba dando unas correcciones muy severas y yo me sentí acongojado. Me preparé para la prueba con un repertorio de canciones que pensaba que era lo que quería escuchar, pero me hizo hacer ejercicios y escalas para ponerme a prueba, para ver cuál era mi extensión, mi rango y mi técnica; esto me descolocó mucho porque iba mentalizado para otro tipo de prueba. Esta profesora desciende de la escuela krausiana de Alfredo Kraus y creo que ha conseguido inculcarme los trucos y secretos de esa técnica vocal que es a la italiana, con una emisión de voz muy en la máscara, una voz impostada pero no engolada, o sea, fresca y natural. Las clases eran de una hora y media de técnica vocal y los últimos quince minutos los dedicábamos a repertorio, lo que significaba a lo mejor cantar una sola frase una y otra vez. Era superexigente y perfeccionista, pero a ella le debo que actualmente dé recitales.

Más tarde estudió en Milán con la repertorista china Jiang Wei, ¿Cómo influyó en su aprendizaje?
—Una repertorista es una pianista o directora de orquesta que analiza cuál es el repertorio que mejor se adapta a una voz. Porque, aunque sea tenor, hay muchas clases de tenores. Yo soy un tenor que va evolucionando con el tiempo; en un principio era más lírico, ahora avanzo hacia lírico dramático. Esto es muy importante porque la longevidad de una carrera musical no solo depende de la técnica sino en gran medida del repertorio adecuado que no dañe la voz.

¿Cuál era el repertorio adecuado para su voz?
—Empecé con canciones de Francesco Paolo Tosti, después el Bel Canto, de la primera mitad del siglo XIX del Romanticismo italiano, Bellini, Rossini y Donizetti. Empecé con las arias y óperas de Bellini y Donizetti porque Rossini exige unas cualidades vocales que yo no tengo, unas agilidades que requieren facilidad en el agudo, que no son propias de un tenor lírico sino ligero.

¿Hay que saber idiomas para poder interpretar bien las óperas?
—Como mi repertorio va bien al italiano, estudié el c1 de italiano, aunque también por la evolución de mi voz veo que voy a tener que estudiar francés, a pesar de que es más difícil de cantar en cuanto a la emisión y producción de la voz.

¿Por qué no se dedicó por completo a la música y estudió también la carrera de Derecho?
—El estudio de Derecho es como la música, es muy metódico. La música me sirve para evadirme de mis problemas y responsabilidades profesionales y sirve para liberar la mente. Cuando estaba en la universidad me pasaba lo mismo cuando me ponía a estudiar música; aunque fuera otro estudio también, mi mente lo asociaba con un descanso y un momento de placer. Desde que tenía trece años tuve claro que mi vocación era el Derecho y que profesionalmente tenía que ser abogado, pero sí soy consciente de que la música va a ir ligada a mí toda la vida.

¿Cuál fue su primer recital?
—Fue en la iglesia de Sant Miquel, en mi pueblo. Jugaba en mi casa, pero tenía la mayor de las presiones porque cantaba con mi profesora Anna Vladimirova. No solo era mi primer recital, sino que iba a ser juzgado milimétricamente por el público, mi familia y mi profesora. Los días previos estaba muy nervioso, la calma no vino hasta que acabó el recital, pero fue una experiencia muy bonita.

La ópera no es un género muy popular, ¿cuáles cree que son los motivos?
—La ópera siempre se asocia al elitismo, a gente mayor y a una clase alta, pero la ópera, como cualquier tipo de arte, no está hecha para ninguna ideología, ni generación, ni clase social, ni para personas con mayor nivel cultural. No hace falta ser ni un erudito ni un melómano para disfrutar de la ópera. Y además no es cara, cuesta lo mismo que una entrada de fútbol.

¿Cuáles son sus obras preferidas?
—Me gusta precisamente aquello que no puedo cantar, primero porque mi voz preferida es la de barítono y después mi compositor favorito es Rossini, del que puedo cantar solo obras que no tengan exceso de coloratura, todo lo que me gusta de Rossini son fuegos artificiales, con una gran dificultad para el intérprete, en cambio, las más adecuadas para mi voz son la zarzuela, La taberna del puerto, El guitarrico, El último romántico, es un género muy amplio que da muchas posibilidades. Disfruto mucho cantando Mozart, es la perfección musical. Para cantar a Mozart necesitas estar en las mejores condiciones y es casi medicinal. Estudiarle significa que no puedes coger subterfugios, tienes que afrontar todos los problemas que puede traer tu emisión y tu técnica, aunque aparentemente es muy sencillo, porque cuando uno escucha una obra de Mozart, es muy audible, pero nada más lejos de la verdad. Estudiar Mozart es dificilísimo y es un reto para mí.

¿Tiene facilidad para memorizar las letras?
—Si es italiano sí. Los cantantes nos focalizamos en la partitura y la música y no las letras, no será el primer recital en que me invente palabras o repita alguna frase, los cantantes nos centramos en que salgan buenos armónicos, la voz timbrada, que llegue al público. Y que la interpretes como la has estudiado, por lo tanto, el tema de la letra queda en un plano secundario. Los textos en ópera son muy repetitivos y a veces un aria se compone de la repetición de la misma letra dos veces.

¿Hay que tener algo de actor para interpretar una ópera?
—El género operístico no deja de ser una obra de teatro con música y no hay amplificación, es un género total, danza, música y texto. Hay que tener dotes teatrales porque hay que transmitir sentimientos y emociones y para esto no basta con cantar bien, sino que se requieren dotes interpretativos para que ese mensaje que escribió el compositor llegue al público y no el que el cantante quiere dar. Yo siempre intento ser fiel a lo que el compositor diseñó o compuso porque la obra es suya y no mía; yo soy un mero intérprete, que intenta averiguar qué es lo que el compositor quería decir para transmitirlo al público.

¿De qué forma hay que acercar la ópera a la gente joven?
—La ópera no tiene edades, ni clases ni ideologías, hay que ir a ella sin prejuicios, con la mente en blanco, dispuestos s a descubrir un mundo nuevo. Y si alguien quiere un consejo para acercarse y curiosear que escuche el Bel Canto, y a Rossini, que es vital, alegre, es el rey de la ópera bufa, y del buen tono, es difícil que alguien salga de escuchar una ópera suya sin sonreír de oreja a oreja.

Usted preside las Juventudes Musicales de Ibiza. ¿En qué consiste esta asociación?
—Es una asociación que nos costó mucho crear hace dos años y está en proceso de formación, somos una delegación de Juventudes Musicales de España, que a su vez es una delegación internacional. Su objetivo es difundir la música clásica a los jóvenes, a través de los jóvenes, mediante talleres, cursos y concursos. En el 2021 tenemos pensado traer a a talentos de otros lugares y a la vez brindar a los talentos de Ibiza la oportunidad de salir fuera.

¿Cómo han influido las restricciones del Covid-19 en la música clásica en Ibiza?
—Ha sido un completo desastre. La cultura, como siempre, ha sido la primera sacrificada. Es la primera de la que tiramos durante el confinamiento y la primera que hemos echado al baúl de los recuerdos, una vez finalizado. Todo el mundo ofrecía canciones de una forma desinteresada, y nos olvidamos de que la cultura nos acompañó y salvó la vida. Desde la administración han sido ayudas muy pobres, no hemos sido un ejemplo de país a la hora de gestionar la oferta cultural porque en otros sitios como Alemania promocionan los teatros como los sitios más seguros, porque son los lugares en donde se van a respetar todas las normas de seguridad, distanciamiento, desinfección etc., pero aquí, en vez de animar a la gente a que vaya al teatro y a disfrutar de las ofertas culturales, lo que están haciendo es ampararse bajo la excusa de la prudencia para no hacer nada porque lo más fácil es cancelar. Lo difícil es el trabajo de desinfectar, por tanto, aquellas administraciones que están cancelando eventos de manera masiva bajo los argumentos de prudencia están cometiendo una irresponsabilidad. Ha habido muchas cancelaciones y eso al público le duele, pero más a los que viven únicamente de su talento y a quienes la pandemia ha supuesto un revés enorme. La administración ha dejado de lado a todo un sector que abrió los brazos cuando España más lo necesitaba y ahora, cuando lo está pasando mal, es el momento de ayudar. No solo afecta a la música sino a todos los sectores de la cultura.

Todos los tenores y cantantes de lírica tienen sus manías y supersticiones a la hora de actuar ¿Cuáles son las suyas?
—Me gusta ir al teatro con antelación, hablar muy poco, tener el menor contacto con la gente, solo escucho música instrumental, no otras voces. Desde el primer momento en el que digo ‘buenos días’, ya sé si el recital va a ir bien o mal, si mi voz está al cien por cien, la voz es un instrumento que ningún día está al mismo nivel. Sobre las doce hago una pequeña prueba. Sobre la una como hidratos de carbono y proteína para tener energía. A las cinco o las seis voy al teatro y pruebo mi voz en todos los rincones. Siempre tengo a mano agua y miel.

¿Se ha levantado algún día con una voz que no está al cien por cien?, ¿ha anulado algún recital?
—Sí, y a nivel anímico es muy duro, te asustas; intentas no hablar mucho, tomarte tus tes y cuando a las doce hago la prueba y veo que no puedo, cancelaría, pero nunca he tenido que cancelar ningún recital, lo que sí me ha pasado es que he dado recitales a menos gas y lo que hacemos es dosificar el volumen a lo largo del repertorio, para llegar cómodo al final. A lo mejor uno no está al cien por cien, pero dosificando puedes ofrecer un recital en buenas condiciones.
Las supersticiones también las tengo. Al final del recital busco a alguien del público que pueda ver, porque tenemos los focos delante y no podemos ver al público par verle la cara; si sonríe es que ha ido bien, y además siempre llevo los mismos gemelos ibicencos con botón de plata o unos dorados que me regaló un amigo historiador del arte.

¿Qué le aporta cantar?
—Cantar es como una liberación, una sensación que te hace experimentar plenitud y satisfacción, que ninguna otra cosa en la vida me ha dado. Subirse a un escenario y recibir el aplauso del público es lo más extraordinario que te puede pasar en la vida, es la constatación de que con un instrumento, la voz, has transmitido algo. Cantar es un ejercicio casi teológico. Casi todo lo importante se hace en silencio, es un momento que tiene una liturgia especial que genera un aura que no encuentro en otra circunstancia de la vida.