No quisiera ser reiterativo, pero me siento en la obligación de utilizar la visibilidad de esta tribuna para incidir una vez más en la situación de Magaluf, porque, muy a pesar nuestro, tengo que decir que las carencias, omisiones e irregularidades que hacen posible el llamado “desfase” de Punta Ballena siguen existiendo.

A pesar de que a comienzos de temporada parecía que la calidad estaba empezando a ganar la batalla en Magaluf, frente a Punta Ballena, cada vez un reducto más anecdótico y aislado, los últimos escándalos volvieron a sacudirnos a comienzos del mes de julio, y fuimos conscientes de que todo seguía igual.

Un año más hemos vivido las aglomeraciones de miles de personas en una pequeña calle, bares sobrepasados de aforo en más de un 200%, prostitución, consumo de alcohol y de drogas en la calle, y la insalubridad y conductas incívicas que todo ello conlleva. Pero Punta Ballena no existe por casualidad, sino porque se permite.

Esta permisividad nos daña a todos, porque el tipo de turismo atraído por este tipo de publicidad no es rentable, ni social ni económicamente. Esta inacción por parte de las autoridades permite la perpetuación de un modelo de turismo que no queremos, y dificulta muchísimo la transformación que queremos los que creemos en un futuro diferente para Magaluf. A nosotros, porque nuestra compañía lleva tres años invirtiendo y esforzándose para cambiar la zona y la percepción del destino, y a la comunidad en general, porque la única alternativa sostenible para Magaluf es la renovación y la calidad.

Y es que se trata de un clarísimo círculo vicioso: si las ordenanzas no se adaptan a la realidad, o peor aún, si existen y no se hacen cumplir; si no se adoptan medidas drásticas que eviten las multitudes con un acceso barato a gran cantidad de alcohol y sustancias estupefacientes (que todos sabemos dónde se pueden encontrar); si no se corta de raíz la corrupción que también se había infiltrado en este ámbito y se despejan todas las dudas sobre la voluntad política y jurídica de actuar con firmeza en la zona, será imposible que se erradiquen los “desfases”.

Empecemos, pues, por algo que no parece tan complicado: los locales deben respetar las actividades autorizadas, los aforos máximos, la normativa sobre consumo de alcohol, los horarios y los ruidos. La convivencia, y por supuesto también la imagen del destino, requiere que se erradiquen las aglomeraciones de seis o siete mil personas, la prostitución callejera, la venta de drogas y las conductas incívicas. Podemos y debemos evitar que Magaluf sea un lugar de peregrinaje para excursiones etílicas y que la comercialización se oriente al segmento hooligan que no aporta ningún valor.

Por ello, como ciudadano y empresario comprometido con el destino, debo denunciar que, un año más, todo ha seguido igual en Punta Ballena, y advertir de que, si no se pone toda la voluntad política, y toda la fuerza de la ley, para eliminar esta problemática y crear un entorno favorable a la renovación, todo seguirá siendo igual, y nuestros loables y comunes esfuerzos no habrán servido para nada.