El entramado industrial de Palma sufrió una transformación irreversible en los años 60 y yo fui testigo presencial de estos cambios. Mi padre, José Sampol Arbona, fundó Casa Sampol en el año 1934, apostando por la electricidad, su auténtica pasión, y contribuyó así a la consolidación de la incipiente industria de la isla.

El giro copernicano de la industria, influenciado por la irrupción del turismo, supuso un cambio espectacular y creo que único, pues se desarrolló sin ningún problema social ni empresarial. Palma también cambió de aspecto como consecuencia de este nuevo rumbo en la economía de las Islas.

La gente de mi edad recordamos la gran cantidad de fábricas, enmarcadas dentro de nuestros barrios, donde se producían diversidad de productos, no solo para consumo local, sino también para la exportación. La mayoría de esos edificios ya han sido derribados, quedando como únicos testigos de aquella época los edificios de la fábrica de mantas de Can Ribas y la de calzado Gorila, ubicados ambos en el barrio de la Soledad.

Creo que debemos hacer un esfuerzo por preservar el patrimonio industrial de la ciudad como seña de identidad de nuestra historia.

Lamentablemente, la historia del empresariado industrial solo queda en la memoria de unos pocos, por varios motivos. El primero es que el turismo llegó con tanta fuerza y supuso un revulsivo tan importante para nuestra economía, que nadie echa de menos otras épocas. Por otra parte, la Administración nunca se ha preocupado de catalogar los edificios singulares que albergaban dichas industrias y que son el último testigo de aquellos años dorados de la industria mallorquina.

Parece que el último que se ha salvado es nuestro edificio de calzado Gorila, exitosa marca de zapatos fundada por Jaime Salom y sus socios en los años 40, cuya fama trascendió las fronteras naturales de la isla. El proceso patentado de unión mediante vulcanizado de las suelas de goma con la piel del resto del zapato tuvo éxito a nivel nacional e internacional y hoy la marca sigue produciendo calzado en su fábrica de Arnedo (La Rioja).

Después de varios proyectos urbanísticos, que contemplaban el derribo completo de dicha edificación, una visita casual de la asociación conservacionista ARCA determinó que para recuperar el barrio de la Soledad era imprescindible mantener, además de la antigua fábrica de mantas de Can Ribas, la última gran industria de zapatos Gorila.

Reconozco que me convenció y abandoné todo proyecto de especulación enfocado al mercado de viviendas, aunque el camino fuera más duro y largo, puesto que requería catalogar el edificio y luego modificar el Plan Especial de Reforma Interior (PERI).

El edificio cuenta con más de 8.000 m2 de superficie y es perfecto para albergar cualquier actividad público-privada o delegación institucional. Solo una actividad diaria en este barrio traerá dinamismo y trabajo para los vecinos, lo que se traduce en recuperación económica.

En la actualidad, estamos trabajando con el Ajuntament de Palma para acelerar los trámites necesarios, y estoy convencido de que es la única vía, junto con lo que representa el despertar del Polígono de Levante, para conseguir la esperada recuperación de la Soledad.