Eduardo Castro, junto a una de sus viñas en un terreno pedregoso que presenta multitud de dificultades para el cultivo.

Las bodegas proliferan en Mallorca. El vino está de moda y son muchas las apuestas por la calidad y el buen hacer. Eduardo Castro, retirado ya de la vida empresarial, tiene una finca en Felanitx en la que se elaboran los vinos de la bodega Castell del Sud. Nacido en Ecuador, Castro cuenta también con la nacionalidad estadounidense, después de una larga trayectoria profesional. Casado, con tres hijas, reparte su tiempo entre Los Ángeles y Mallorca, y lo ocupa gestionando un fondo de inversión de tecnología.

Castro explica cómo se inició su relación con Mallorca. “Hace ya quince años, vivía en aquel momento en Singapur con mi familia, pero una vez al mes debía volar hasta las oficinas centrales de la multinacional en la que trabajaba en la costa este de Estados Unidos. La forma más fácil de hacerlo era pasar por Europa. Pensamos en buscar alguna propiedad en Europa para que mi mujer y mis hijas pudieran quedarse mientras yo viajaba hasta Estados Unidos. Tenía entonces familia en Barcelona y conversando sobre la posibilidad de comprar algún inmueble en la ciudad me sugirieron la posibilidad de visitar Mallorca. Así, durante uno de los viajes, y mientras yo me desplazaba hasta Estados Unidos, mi esposa y mi hija mayor vinieron a Mallorca, recorrieron la isla con agentes de bienes raíces y finalmente les enseñaron Can Alou Nou, que a mi hija mayor le encantó, y la compraron. Es decir, que ni la vi cuando se adquirió”, explica el propietario de Castell del Sud.

La relación de Castro con el vino viene de lejos, puesto que tienen junto a su familia y sus primos una bodega, de nombre Dos Hemisferios, en su Ecuador natal. “Es el único lugar del mundo, al menos que yo conozca, con dos cosechas al año, una en junio y otra en diciembre”, asegura, aunque Dos Hemisferios produce cientos de miles de botellas al año, mientras que Castell del Sud, en comparación, es minúscula.

En todo caso, el proyecto de la bodega mallorquina nada tiene que ver con sus negocios vitivinícolas en Ecuador. “Una de mis hijas, al acabar la carrera universitaria, se interesó por el mundo del vino e hizo diferentes cursos sobre el tema. Negociamos la compra de una bodega muy importante situada en el valle de Napa en California. Constituimos la estructura empresarial, pero en el último momento se frustró la negociación. Decidieron no vender. Casi paralelamente, una situación familiar complicada se solventó y decidimos hacer algo tan simbólico como sembrar viña. Contactamos con el enólogo Luis Armero, que produce muy buenos vinos, visitó las tierras y fuimos a ver a un payés, que tenía unos pocos viñedos, y que aseguró conocer la finca. Explicó que los terrenos eran magníficos para picar piedra. De hecho, los inicios han sido muy complicados. Hay muchísima piedra en los terrenos y, además, en alguna zona la pendiente es muy pronunciada. Así y todo, decidimos plantar la viña. Y tres o cuatro años después tuvimos nuestra primera cosecha”, afirma Castro, que destila pasión cuando habla de aquellos días y la decisión de sembrar viña en Felanitx.

Inicialmente, la idea, que al final se ha materializado, era vender en Estados Unidos. Optaron así por sembrar cabernet sauvignon y chardonnay, dos de las variedades más apreciadas en aquel país. “En España, cuando piden un vino, lo hacen aludiendo a la denominación de origen, pero en Estados Unidos lo que vende es la variedad de la viña. Por eso, hace ya siete años que sembramos cabernet sauvingon y chardonnay, además de viognier, una variedad en auge en Estados Unidos y que se emplea para elaborar vino blanco. También sembramos un poco de syrah, como base para el rosado”, indica Castro, que relata que dos años después plantaron diferentes variedades autóctonas.

Constatamos que vender en Estados Unidos sería muy complicado y nos decidimos a sembrar giro, premsal y un poco más de chardonnay. En total, tenemos cinco hectáreas y media sembradas. Inicialmente, plantamos tres hectáreas y dos años después, dos y media más”, afirma.

Castell del Sud produce un tinto, un rosado y dos blancos. Solalba es un chardonnay blanco con doce meses de barrica y que está también seis meses en botella.
El Viognier es un vino blanco que madura doce meses antes de salir a la venta. Combina barrica con acero inoxidable.

El Rose de Santueri es un rosado que está cosechando un gran éxito. Finalmente, el BCDS es un tinto con quince meses de barrica y crianza en botella. Además, la bodega ha comenzado a embotellar un nuevo blanco, Llum de Mar, que se comenzará a comercializar en los próximos meses.

Castro ha conseguido ya introducir sus caldos mallorquines en Estados Unidos, si bien, de momento, solo se venden en Los Ángeles el Solalba y el BCDS.

En Mallorca, los caldos de Castell del Sud han tenido una gran acogida. “Nuestros vinos no son baratos, pero hemos conseguido tener presencia en los grandes restaurantes. El trabajo de introducir el vino en los lugares más exquisitos de Mallorca lo hemos hecho nosotros mismos. Entrar en la carta de un buen restaurante no es fácil, pero mantenerse en ella es mucho más complicado”, sentencia Castro, que reconoce que su inversión no es rentable de momento, “es a muy largo plazo”.