Si realizásemos un análisis de las noticias que leemos en los periódicos o inundan las redes sociales, veríamos cómo muchas de ellas están ligadas a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). De entrada, solo este hecho debería llevarnos a reconocer que la Agenda 2030 es un marco de referencia válido para recuperar los fundamentos de la competitividad global de Balears y forjar un futuro más justo, próspero y sostenible. Sin embargo, es preciso reconocer que durante estos primeros años de implementación de la Agenda 2030, que se inició en 2020, en Balears se ha avanzado lentamente en el diseño de acciones para mejorar los 17 ODS. ¿Por qué?

La respuesta a esta pregunta, encuentra un buen argumento en el impacto que la pandemia ha supuesto. Sin embargo, todo apunta que la causa reside en el hecho de que la mayor parte de los ODS se refieren a retos sobre los que existen diferentes intereses y cuya responsabilidad está en muchas manos. Se trata, por definición, de ‘problemas retorcidos’. Además, no solo los retos sino también las soluciones son complejas, pues están, también, en manos de más de un actor, lo que tiende a derivar en situaciones de conflicto por los diferentes intereses particulares.

En este contexto, resulta evidente que avanzar en los 17 ODS no es solo una cuestión de compromiso político, sino de poner en marcha estrategias adaptadas a la complejidad de los problemas y de las soluciones que se desean implementar. ¿Cómo?

Aprovechando el carácter universal de la Agenda 2030, las administraciones pueden y deben aprender de las iniciativas que están llevando a cabo otras regiones y países para establecer sinergias y obtener beneficios comunes. De hecho, el resultado de esta observación sugiere que la mejor forma de avanzar, en aquellos casos en que ni el problema ni la solución están consensuados, pasa porque las administraciones adopten una estrategia de experimentación basada en la innovación, a pequeña escala (barrio, distrito, zona), en la que se incluya a los diferentes actores con intereses, para ir generando convergencia sobre los problemas y sus posibles soluciones. Por ejemplo, reducir los efectos de la congestión turística requeriría experimentar con diferentes innovaciones en el sistema de movilidad, probar distintas regulaciones encaminadas a armonizar los servicios ecosistémicos que brindan playas y entornos naturales, promover cambios de comportamiento de turistas y residentes y desplegar políticas sociales orientadas a reducir el impacto derivados de la redistribución geográfica de los flujos turísticos. Sin embargo, en aquellos casos en que el problema no es cuestionado, pero no existe un consenso sobre la posible solución, en vez de experimentar en pequeña escala, la estrategia partiría por desarrollar grandes proyectos, cuya implementación podría tener lugar a nivel regional o municipal.
Tanto en un caso como en el otro, ello obliga a adoptar un sistema de gobernanza diferente al actual que promueva la experimentación y la coordinación multinivel a largo plazo y rompa los silos que existen entre diferentes sectores. Y es que la gobernanza colaborativa es clave para alcanzar soluciones a problemas relacionados con la transición sostenible. Solo así, será posible (i) definir los problemas y diseñar espacios para abordarlos; (ii) definir los roles, basados en la reciprocidad y la confianza; (iii) construir visiones compartidas y agendas de acción; y (iv) gestionar los conflictos generados por posicionamientos, intereses o visiones no alineadas.