Manifestantes concentrados anoche ante el palacio presidencial de Líbano, en Beirut, protegido por alambradas y unidades del Ejército. | NABIL MOUNZER

El Ejército libanés ha salido de los cuarteles, ha tomado las calles de Líbano y ha emitido un comunicado poco habitual. Ha advertido de que el país se encuentra en una fase crítica, de que no va a permitir más desmanes, y ha pedido a los líderes políticos que «extremen la cautela» en sus intervenciones. Los militares tratan de hacer lo posible por contener los brotes de violencia que desde hace tres días amenazan con convertirse en un enfrentamiento civil de dimensiones imprevisibles. «La seguridad del país está en riesgo porque hay una escalada sin precedentes de la tensión en algunas zonas», reza el comunicado.

La actuación del Ejército da una idea de la gravedad de la situación, que sobre el terreno ha dejado al menos siete muertos en enfrentamientos sectarios ocurridos entre la noche del domingo y el lunes.

Francotiradores

El atentado del viernes pasado en el que murió en el corazón cristiano de Beirut Wissam al Hassan, jefe del espionaje interno y bestia negra de Damasco, ha destapado la caja de los truenos sectaria. La coalición antisiria y proocidental '14 de Marzo' acusa al régimen de Damasco de estar detrás del asesinato y ha sacado a sus seguidores suníes a la calle. Pide además la dimisión del primer ministro, Nayib Mikati, y el fin de la injerencia siria en Líbano de la mano de su aliado. Damasco y Hezbolá guardan de momento silencio, más allá de las declaraciones de condena al uso. Los choques en la calle no se han hecho esperar.

La violencia ha sido especialmente grave en Trípoli, en el norte del país, donde los choques sectarios han dejado seis muertos, incluida una niña de nueve años por disparos de un francotirador, así como medio centenar de heridos.

Esta zona fronteriza con Siria se ha convertido en el principal foco de tensión y en una suerte de réplica a pequeña escala del conflicto que desangra desde el año pasado a su país vecino.