«Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura…». No puedo evitar citar a Dickens al pensar en lo que nos está tocando vivir.

Pesimismo, tristeza, angustia… Estamos a un mando a distancia de caer en depresión. Las noticias actuales chamuscan lentamente la luz y la ilusión. Pero en realidad la vida nos depara cosas maravillosas. Y están más cerca de lo que creíamos.

Desde los primeros días del estado de alarma, supe que no había tiempo que perder. Todos cambiamos el paradigma, la mentalidad, la forma de ver el mundo…

Después, parecía que alcanzábamos cierta normalidad. El verano se asomó tímidamente y hasta creímos que esas playas de arena luminosa y agua transparente, su mejor aspecto en años, serían una ventaja para recuperar la actividad de nuestra querida isla. Pero no fue difícil acostumbrarse a vivir así, aunque pronto, esa efímera libertad empezó a marchitarse de nuevo, y así, emergieron las amenazas bíblicas, a las que llamaron oleadas. Una tras otra.

Vimos cómo este virus se expandía con gripes y neumonías, creando una amalgama a la que no es fácil plantar cara. Pero, como siempre me ha gustado pensar: Por encima de las nubes, siempre brilla el sol. Y el sol que a mí me ha sonreído durante este 2020, es de lo más asombroso del firmamento: El Amor. Amor en tiempos de corona, haciendo un, quizá ya manido, guiño a García Márquez. Porque, a veces, cuanto más afiladas y adversas se presentan las flechas que el mundo nos lanza, el guión de nuestro destino nos ofrece un punto de giro genial.

Porque el amor no se busca. Se encuentra. Y cuando das con ello, con la persona perfecta,
que despierta en ti sentimientos que no conocías, o no recordabas, haber saboreado antes, te das cuenta de que la vida es perfecta tal como es. Y que el sendero que dibujan tus pasos, es el adecuado.

Amar en tiempos de guerra, es como nadar a contracorriente, como arañar un poquito las reglas y es como querer alcanzar la luna con los dedos. Algo válido solo para soñadores, locos y proscritos, enfrascados en esa utopía que solo habíamos intuido en los libros.
Pero cuando el color del amor tiñe tu realidad, ya no hay vuelta atrás. Una vez has sentido ese querer, absoluto, que te abruma y te impulsa a partes iguales, ya no te puedes conformar con menos. Además… las adversidades se superan mejor en equipo, sintiendo que a tu lado tienes a la persona que los dioses han decidido que te acompañe en este incierto camino.

Con esto, lo que quiero decir es que miremos más allá. Que no nos conformemos con el gris devenir que supuestamente nos espera. Que no absorbamos las noticias que despiertan la tristeza. Que busquemos la luz que merecemos. Que potenciemos las cosas por las que sentir gratitud, por las que despertar el destello de la pasión y beber las delicias de la ilusión. Dejemos que nuestra dicha componga melodías al compás de los latidos, en lo más profundo de nuestro interior.

El amor auténtico existe. Bien lo sé. Y si aún no lo has vivido, no lo busques, pero abre tu corazón y siente cómo se aproxima su aroma. Es el amor quien, por sus propios medios, y a pesar de que el mundo se desmorone alrededor, te encontrará.