La playa de Talamanca ha vuelto a cerrarse al baño esta semana por un nuevo vertido de aguas fecales tras la enésima rotura del emisario. Una situación que no deja de ser, desgraciadamente, habitual y que resulta una vergüenza en una ciudad y una isla puntera en cuanto a turismo se refiere. Y lo peor y más descorazonador es que la solución parece imposible que llegue a corto plazo.

Hartazgo. Los vecinos y empresarios de la zona llevan incontables reuniones con políticos de todos los colores y todavía desconocen cuándo el cambio de emisario será una realidad. Con todo, hay que tener en cuenta que el pecado original no es el emisario sino la depuradora de la ciudad, ya que si ésta funcionara correctamente y depurara como toca las aguas residuales de Vila y alrededores, el líquido que saldría de esta tubería no contaminaría el mar como ahora ocurre. Así que, aunque se instale un nuevo emisario y éste salga por es Botafoc, el agua que se echará al mar seguirá sin estar depurada.

Falta de previsión. Esta problemática es una muestra perfecta de la visión cortoplacista que tienen los políticos, a quienes sólo parece importales ganar las próximas elecciones. Que las infraestructuras hidráulicas de la isla estaban completamente desfasadas era vox populi. ¿Por qué nadie previó que, a corto plazo, necesitarían ser renovadas? Quizás la irrupción de la crisis económica retrasara muchas de las inversiones previstas en este sentido, pero lo que parece es que hasta que en Talamanca no se han visto con el agua –o la mierda, mejor dicho– al cuello, nadie ha movido un dedo para solucionar su problema.