La asamblea celebrada ayer en Sabadell por la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) no logró desencallar la investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat, una decisión que ha quedado pospuesta tras el milimétrico empate a votos en la última de las tres votaciones que se celebraron y en las que siempre se impuso el rechazo a la continuidad de Mas. Ahora será el grupo parlamentario de la CUP –que cuenta con diez diputados– el que deberá decidir, el próximo 2 de enero, cómo resuelve esta insólita situación en la que resulta fácil adivinar la contaminación del clima postelectoral que se vive en el conjunto del Estado tras los comicios del pasado 20-D.

La responsabilidad de la CUP. La CUP está siendo víctima de su bisoñez en la toma de decisiones trascendentales, ahogada por sus prejuicios iniciales que le han obligado a entrar en un laberinto político en el que es incapaz de encontrar una salida. La investidura de Mas se ha convertido en un emblema para la CUP ante su electorado, que tras la jornada fallida de ayer trata de ganar tiempo para encontrar una fórmula que le permita salvar la profunda división que ha generado todo este proceso asambleario. Mientras, Catalunya continúa acumulando retraso en la constitución del nuevo Govern y la amenaza de la convocatoria de unas nuevas elecciones no se disipa.

Trascendencia española. La expectación de la asamblea de la CUP venía añadida por la situación en la que se encuentra el PSOE, cuyo secretario general, Pedro Sánchez, afronta hoy la trascendental reunión de su comité federal para fijar el marco de unas eventuales negociaciones con el resto de fuerzas progresistas y nacionalistas para llegar a ser el presidente del Gobierno de España. No cabe duda de que en función de la respuesta que la CUP le de a Junts pel Sí puede quedar condicionado el apoyo en el Congreso a Rajoy o Sánchez. Todas las hipótesis caben en el complicadísimo tablero político español.