La muerte de una joven de 19 años estrangulada por su novio de 22 estremeció ayer Son Servera, otro caso de asesinato machista que, en esta ocasión, no se pudo evitar a pesar de las reiteradas advertencias a la víctima por parte de familiares, amigos y vecinos. Las siempre complejas relaciones humanas subyacen en este drama que ha conmocionado a toda la sociedad mallorquina y que plantea, de nuevo, la eficacia de los protocolos actuales para prevenir estos ataques. De nada han servido las numerosas denuncias previas, órdenes de alejamiento, avisos a la policía y recomendaciones personales para que no se produjera el fatal desenlace. El lógico sentimiento de impotencia es colectivo y debe invitar a la reflexión.

Impacto de las campañas. Hace años que la Administración lanza campañas contra la violencia de género, dotando incluso de medios específicos a los diferentes cuerpos de seguridad y habilitando juzgados especializados. Los resultados no mejoran. Hay un esfuerzo social importante, en especial en el marco educativo, pero siguen repitiéndose comportamientos que se muestran impermeables a los cambios y los episodios, incluso con trágicos finales como en Son Servera, siguen a la orden del día. Sin distinción de condición social o económica, un mal que no admite matices.

Corregir los errores. En el caso más inmediato de Son Servera quedan en el aire aspectos sobre los que es imprescindible buscar fórmulas que eviten episodios similares, entre otras razones porque el asesino tenía antecedentes de ataques similares, pero las garantías constitucionales acabaron desprotegiendo a quién en el último momento acabó siendo la víctima. El problema no es de fácil solución, pero quizá sea preciso habilitar vías que permitan abrir canales excepcionales que admitan proteger a quienes ponen, incluso de manera inconsciente, en riesgo su propia vida. Así parece que ocurrió ayer en Mallorca. La próxima ocasión nunca tiene que ser demasiado tarde.