Don Juan Carlos ha sido uno de los mejores reyes de la historia de España. Su labor personal fue fundamental para traer la democracia y actual Constitución de forma pacífica, en unos momentos convulsos en que tanto el pueblo como las Fuerzas Armadas se portaron generosamente. Desbarató el golpe de Estado. Domina con maestría la política del gesto –que llega a todo el mundo de manera más efectiva que cualquier discurso—, y nadie duda que ha sido el mejor embajador de España, logrando apertura de relaciones, prestigio y concordia.

La Monarquía parlamentaria ha sido clave en el espectacular desarrollo de España y, al contrario que demasiados políticos oportunistas que solo piensan a cuatro años, ve más allá de unas elecciones. Por encima de cualquier romanticismo anacrónico, con una estética muy superior a cualquier república, la Monarquía tiene una utilidad real y simboliza la unión de todos los pueblos de España.

Ahora sus enemigos atacan a Don Juan Carlos, que, aunque haya abdicado a favor de Don Felipe, también sigue siendo el Rey. Solo los cursis le llaman Emérito. Los mismos cursis o puritanos que consideran un pecado mortal que un rey tenga amantes, sea cazador, beba alcohol o fume puros; los mismos tibios que se escandalizaban cuando soltó un antológico «Por qué no te callas», parando la diarrea verbal de un tirano venezolano.

Creo que el pueblo está mucho más cerca de sus humanos Reyes que de los marcianos políticos. Corren los chismes de que en estos últimos años Don Juan Carlos se encoñó y perdió el seso por una aventurera chantajista, que ha tenido sus errores, ¿y quién no?, pero saben que su balance ha sido abrumadoramente positivo para la historia de España.

¡Viva el Rey!