Cuando seguimos inmersos en una triple crisis –sanitaria, económica y social– provocada por una pandemia que empezó hace un año, sin conocer aún ni cuándo acabará ni cómo saldremos de esta emergencia, los ciudadanos asisten, atónitos, al espectáculo que protagonizan los partidos en España. La concatenación de acontecimientos, abierta con una moción de censura del PSOE#y Cs contra el presidente del gobierno de Murcia, Fernando López Miras (PP); que continuó con la disolución de la Asamblea de Madrid y la convocatoria de elecciones anticipadas en esta comunidad por la presidenta Isabel Díaz Ayuso (PP), sumó ayer otro episodio sorprendente: la dimisión del vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, para concurrir a las elecciones madrileñas. Una renuncia que implica cambios en el Ejecutivo PSOE-Unidas Podemos, con el nombramiento de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, como vicepresidenta segunda. Al mismo tiempo, se acentúa la división en Ciudadanos, con la marcha de Toni Cantó, coordinador en la Comunidad Valenciana, y el fichaje por el PP de Fran Hervías, exsecretario de Organización del partido naranja.

Dinámica de golpes y contragolpes
La salida de una crisis que afecta al conjunto de España exige estabilidad y serenidad en las instituciones, pero se registra una vertiginosa dinámica de golpes y contragolpes –en los que se ven implicados PSOE, PP, Unidas-Podemos y Cs– que no favorece ni la confianza ni la gestión eficaz. Desde Bruselas, que debe autorizar los proyectos con los fondos europeos para la recuperación, deben de observar con estupor todo este desorden.

La política no puede ser el problema
No es posible que las estrategias partidistas con el simple afán de alcanzar el poder político y perjudicar al adversario perturben y paralicen la actividad en las instituciones. La defensa del interés general reclama otras actitudes para que la política aporte soluciones en lugar de convertirse en una parte más del problema.