La incautación del megayate ‘Tango’ en el puerto de Palma, propiedad del oligarca ruso Viktor Vekselberg, coincide en el tiempo con las terroríficas imágenes del rastro de muerte dejado por el ejército de Vladimir Putin en su retirada de la localidad ucraniana de Bucha, en las afueras de Kiev. Las imágenes de decenas de civiles ajusticiados en plena calle –muchos de ellos maniatados por la espalda– y el paulatino descubrimiento de varias fosas comunes agotan el crédito de quienes, con sus ‘peros’ o simplemente con su silencio, no condenan todavía de forma diáfana y contundente la agresión rusa al pueblo ucraniano. También el de aquellos que aún cuestionan la idoneidad de las sanciones que las naciones de Occidente imponen a Rusia.

Más y mayores sanciones.
Si lo acontecido a las puertas de Kiev no es un genocidio, se le parece mucho. Mientras Putin debe responder ante un tribunal por crímenes de guerra y lesa humanidad, quienes, por acción u omisión, apoyan su régimen tampoco pueden quedar impunes. La UE debe articular de forma urgente los consensos necesarios para redoblar el castigo a Rusia mediante más y mayores sanciones. De forma paralela, como ocurrió ayer en Palma, los servicios de seguridad y antifraude europeos y norteamericanos tampoco deben dar tregua a las elites que por vía financiera, propagandística e incluso diplomática siguen dando aire al sátrapa de Moscú.

Sin lugar para las excusas.
Frente a las últimas imágenes de Bucha y ante las que, por desgracia, aún están por venir ya no valen las frases adversativas. Ponerse de perfil, es ponerse del lado del Mal, representado a estas horas por el presidente de Rusia. Un país donde la oposición a Putin y a sus satrapías se paga con la pérdida de la libertad e incluso con la vida. Por suerte, aquí, en la Europa libre no ocurre lo mismo. No hay excusas. Todo lo que no sea condenar y castigar lo ocurrido en Bucha, es ponerse del lado del tirano.