La incautación del megayate ‘Tango’ en el puerto de Palma, propiedad del oligarca ruso Viktor Vekselberg, coincide en el tiempo con las terroríficas imágenes del rastro de muerte dejado por el ejército de Vladimir Putin en su retirada de la localidad ucraniana de Bucha, en las afueras de Kiev. Las imágenes de decenas de civiles ajusticiados en plena calle –muchos de ellos maniatados por la espalda– y el paulatino descubrimiento de varias fosas comunes agotan el crédito de quienes, con sus ‘peros’ o simplemente con su silencio, no condenan todavía de forma diáfana y contundente la agresión rusa al pueblo ucraniano. También el de aquellos que aún cuestionan la idoneidad de las sanciones que las naciones de Occidente imponen a Rusia.
Crímenes como los de Bucha no pueden quedar impunes
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