En una jornada para la historia, el candidato socialista Pedro Sánchez obtuvo el respaldo de 179 diputados, más de la mitad de la Cámara Baja, y fue investido presidente del Gobierno español por segunda vez. La investidura llega tras semanas de alta tensión por la ley de la amnistía y el pacto alcanzado con los independentistas catalanes y, en especial, con el prófugo Carles Puigdemont. A pesar de que la votación del jueves se superó sin sorpresas (sólo votaron en contra el PP, Vox y UPN), no hay duda de que estamos ante una legislatura que se antoja llena de incógnitas, sobre todo por la naturaleza de la alianza con la que se formará gobierno y los conflictos que pueden surgir en los próximos cuatro años. Tampoco hay que dejar de lado la crispación en la calle, con manifestaciones diarias frente a la sede de Ferraz alentadas por la derecha, y que el tono bronco entre la oposición y el Gobierno en funciones no es el deseable.

Con Sumar y Yolanda Díaz.
En la anterior legislatura, la relación entre los socios del Gobierno fue tirante y en ocasiones muy complicada. Desde Pablo Iglesias a Irene Montero, con su controvertida ley de ‘sólo sí es sí’, las rupturas y desencuentros entre Podemos y los socialistas acabaron marcando la pauta política. Ahora, con Sumar y su líder Yolanda Díaz, el panorama es muy distinto y la sintonía entre Sánchez y la política gallega es casi total. Esta armonía podría ser una baza en el caso de que se tense mucho la cuerda con los nacionalistas vascos y catalanes.

Vox no debe encender los ánimos.
En cualquier caso, la ultraderecha española representada por Vox, debería intentar rebajar la tensión que ha impregnado en la calle, con sus desafortunadas alusiones golpistas y referencias a dictaduras, que precisamente la presidenta del Congreso, la mallorquina Francina Armengol, ha tenido que censurar. Asimismo está por ver el papel que adoptará Alberto Núñez Feijóo, líder de la oposición, que también ha destapado su perfil más beligerante.