Murcia está viviendo una pesadilla que comenzó con el brutal asesinato de un matrimonio y su hija de nueve años, afectada por el síndrome de Down, a manos del hijo mayor de la pareja, un chico de 16 años aficionado a las artes marciales. Precisamente el arma con que se cometió el triple crimen fue una catana, espada de samurai, con la que el joven José destrozó los cuerpos.

Nadie conoce las razones de esta bestial agresión, y las dos mil personas que ayer asistieron a los funerales sólo lograron mantener un impresionante silencio con el que despidieron a una familia tan normal como cualquier otra.

Ahora la policía interroga al chico para tratar de averiguar qué motivos pudo tener para hacer algo así y si en su conducta tuvieron algo que ver los libros de satanismo que aparecieron en su dormitorio, su afición a los juegos de rol, a los videojuegos o su amor por las artes marciales. Lo único que está claro es que sólo una mente enferma puede idear una matanza de esta índole y que los estímulos que haya recibido no serían suficientes para convertir en asesino a un adolescente sano.

Pero no es la primera vez. Recordemos aquel horrible crimen en el que un joven asesinó a un viandante anónimo porque así lo dictaba el juego de rol en el que estaba inmerso o el reciente baño de sangre cometido por dos jóvenes hermanas en Argentina cumpliendo un rito satánico en el que murió su padre. Durante el funeral de ayer, el sacerdote rogó «para que sepamos responder al reto de los jóvenes» y no andaba descaminado. Lo que ocurre es que a la luz de estos últimos acontecimientos, necesitaremos algo más que rezos para comprender y resolver los problemas que plantean algunos de los jóvenes de hoy.