Han elegido Belfast y no ha sido por casualidad. La ciudad que un día simbolizara la lucha armada, el odio y la división y que hoy vive días más o menos tranquilos tras superar un proceso de paz que todavía no ha cicatrizado acogió la cumbre anglo-americana sobre el «día después» de la guerra de Irak. Pretendían lanzar al mundo un mensaje de reconciliación, de paz y de reconstrucción amistosa los dirigentes de una guerra que está yendo de mal a peor.

Ayer mismo, antes de que transcurrieran veinticuatro horas de la muerte de Julio Anguita Parrado, los tanques estadounidenses nos arrebataban la vida de otro periodista español: José Couso, cámara de Telecinco. Ambos han puesto rostros, nombres y apellidos a las miles de víctimas que esta masacre se está cobrando mientras Blair y Bush -esta vez Aznar no ha salido en la foto- se reparten el pastel petrolero iraquí y establecen las normas de convivencia del futuro en un país lejano y destrozado al que le costará perdonar y olvidar, si es que lo logra.

Pero mientras se especula con la posibilidad de que el tirano Husein esté ya muerto, Bush va más allá y ya está pensando cómo reorganizar la vida en todo el Oriente Medio, como si ante sus ojos hubiera un tablero de ajedrez. Dibujando el mapa idílico de un Irak democrático, libre y gobernado por su propia gente -aunque el oro negro lo extraigan y lo vendan empresas americanas y británicas-, el presidente norteamericano empieza a desgranar sus planes de futuro. Después de Irak vendrá el problema palestino, que va a resolver creando el Estado árabe en 2005, aunque no ha desvelado cómo piensa convencer a los israelíes de la bonanza de una solución que lleva más de cincuenta años empantanada.