Ya se ha dado carácter oficial a lo que se se venía apuntando desde hace tiempo. Desde hacer cerca de un año la economía alemana ha dejado de crecer, lo que en un país de sus fabulosas posibilidades significa inevitablemente disminuir. Alemania experimentó los primeros síntomas de recesión en el año 2001, una situación que ha evolucionado a peor y ha venido a confirmar hoy las peores previsiones. No se trata de algo coyuntural, en opinión de los expertos, sino de un cuadro que exige serias revisiones y reestructuraciones. Alemania representa el 30% del PIB de la economía europea y es desde muchos aspectos un modelo de estado sicial en la zona.

Se trata de una economía muy abierta, por lo que ahora estaría viéndose afectada -amén de por otros factores-por la contracción en la demanda internacional y, naturalmente, por la apreciación del euro frente al dólar. Esa es un parte del problema de una economía que tal vez ha crecido en exceso sin que desde la propia nación, ni desde las entidades económicas supranacionales, se haya hecho gran cosa para prevenir un agotamiento del sistema. Lo peor del asunto es que, por el momento, no se está proponiendo alternativas, ni soluciones dignas de ser tenidas en cuenta. <(p>

No basta con con cantar las excelencias de los sistemas propuestos por la derecha liberal, como ha hecho nuestro ministro Rato, y sugerir a los alemanes que los pongan en práctica. Al fin y al cabo, países como Francia, Italia u Holanda, gobernados por esa derecha que venera el liberalismo, empiezan igualmente a dar síntomas de recesión. Y en este sentido, convendría tener presente que si España no está mostrando entrar en recesión es sencillamente porque exporta menos que dichos países. Nadie piense en soluciones fáciles, sino en otras que exigen mayores sacrificios. Como la que debería adoptar el Banco Central Europeo bajando los tipos de interés, y Bruselas, mostrándose más inflexible en el control de las finanzas públicas de economías que, como la alemana, tienden a crecer exageradamente.