Tengo aún el corazón encogido de la despedida más triste de este verano, a Abdhe, un niño saharaui que ha convivido con nosotros durante dos meses, al que apodamos como el personaje de Doraemon, Nobita, por su afición a la serie infantil. El tres de julio llegó al aeropuerto de Eivissa con aspecto frágil, desnutrido y con sus tremendos ojos negros cargados de lágrimas. Todo era un descubrimiento para Nobita: el mar, el tráfico, el agua de los grifos, los interruptores de la luz, el timbre de la puerta, perdón a mis vecinos por las siestas interrumpidas, los aspersores de agua del campo de fútbol, la piscina...Todo era nuevo para este niño que ha regresado a los campamentos saharauis sin una muela, con varios arreglos bucales y ha ganado más de dos kilos de peso. Nobita apenas hablaba y no mostraba interés alguno por comunicarse, lo que me molestaba mucho al principio, será por deformación profesional, pero después nos acostumbramos a sus silencios, a sus sonrisas con las que te encandilaba y eran como un regalo, y disfrutaba, como cocinillas que soy, viéndolo comer con ese apetito voraz de estómago agradecido. No ha sido fácil la convivencia pero, gracias a la ayuda de las once familias ibicencas con las que hemos compartido la experiencia de acoger a un niño saharaui, nos ha resultado un verano inolvidable. Familias a las que les expreso mi gratitud por sus consejos, su saber escuchar y su tremenda generosidad; como también a Chej, el mejor embajador del pueblo saharaui en Eivissa; y, como no, a los integrantes de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui, como la incombustible Isabel, Víctor y Ángeles. De todos, incluido de mi pequeño Nobita, he aprendido mucho. Gracias a todos.