«No hay dinero en caja» o «No queda nada que robar». Son algunos de los mensajes expuestos en los escaparates y puertas de numerosos negocios del corazón de Vila. Los carteles avisando de sistemas de videovigilancia io alarma ya no frenan a los delincuentes que actúan por la isla. Y más allá del botín que se llevan, que suele ser entre escaso y nada, sus fechorías dejan una huella de daños que se traducen en facturas de varios centenares de euros para las víctimas. De la rudimentaria pedrada en el cristal pasamos al bolardo. Y en las últimas fechas han tomado el testigo los fieles del reventón con tapa de alcantarilla. Puertas o escaparates hechos añicos, golpes directos al corazón y al bolsillo de unos comerciantes, autónomos que hacen juegos malabares para abrir la persiana cada jornada. Los efectos más perversos de estas oleadas de robos y gélidos valles entre temporadas se plasman en un barrio de La Marina en fase terminal y una sucesión de cierres o traspasos de negocios en l’Eixample.
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