Una familia paseando. | Pixabay

Últimamente he atendido a varias familias que describen, sin poner en duda el amor incondicional por sus hijos, una parentalidad frustrante, sacrificada y sin apenas recompensa. Inicialmente se puede detectar, en estos progenitores, que existe un desajuste de expectativas. Es decir, una cosa es lo que uno se imagina como padre y otra es el día a día de un sistema familiar. Por otro lado, no debemos sentirnos culpables por expresar nuestros malestar, no hay nada de malo en ello. ¿Qué padre o madre no ha pasado por momentos frustrantes, sacrificados y sin apenas recompensa con sus vástagos?
La maternidad o la paternidad se conforman como consecuencia de la suma de momentos, situaciones y experiencias. En muchas ocasiones estas vivencias pueden ser muy gratificantes y nos sentimos afortunados por tener unos hijos que «no merecemos». En otras lo que tenemos son ganas de ir a «comprar tabaco» (aunque no fumes) y no volver durante un largo período, dado que determinados hechos nos hacen desesperar.

Estos dos estados de ánimo son cotidianos y nos generan emociones muy opuestas, por este motivo os animo a definios como padres ambivalentes. Es decir, en un mismo día podemos tener sentimientos encontrados hacia los hijos y no pasa absolutamente nada. El amor parental no se pone en duda, pero en momentos concretos mi cabeza me dice que se vivía más tranquilo sin niños.

En ocasiones el «amor incondicional» por los hijos puede verse afectado: cuando tienes que levantarme 3 veces por la noche y te condiciona el descanso, cuando tienen actitudes egoístas y egocéntricas, cuando vienen del instituto y lo más parecido a un saludo es un gruñido, cuando una actividad suya condiciona una tuya, y un largo etcétera. Quizás si no existiesen los momentos que generan emociones adversas no apreciaríamos aquellas situaciones en las que nos sentimos gratificados: cuando tu hijo te hace reír, cuando te dice que te quiere, cuando consigue un éxito, cuando sin pedírselo te da la mano o un abrazo, cuando te descubre cosas nuevas, cuando está haciendo una actividad y te busca con la mirada, y otro largo etcétera.

La parentalidad está llena de emociones opuestas, en la gestión de la ambivalencia encontramos la clave. Asumamos que existen momentos en los que podemos dudar, asumamos que en ocasiones nos cuesta mucho ejercer la función parental, asumamos que el «sacrificio» es alto, pero no olvidemos que nuestros hijos están aquí porque han sido invitados por nosotros y su objetivo no es hacernos felices sino definir su propia vida. ¿Existe algo más ambivalente que ayudarles a realizar su propio camino cuando lo que deseas es que permanezcan a tu lado?

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