Vista de la ciudad de Ibiza. | Daniel Espinosa

Paso un rato en el parque de Pere Francés con mi hija pequeña. El suelo de goma quema, el tobogán abrasa, hasta el banco de madera resulta desagradable. Si en abril estamos así, pienso, en julio aquí no hay quien pare. Siempre puedo llevarla al parque del bulevar Abel Matutes, es verdad. Está cubierto por una lona cochambrosa y hay árboles, esas cosas a las que el Gobierno de Ruiz parece tenerles especial manía.

En el escaparate del local de la Asociación de Vecinos de es Pratet están colgados los carteles con los que el Ayuntamiento da a conocer su proyecto de remodelación de la calle. El futuro parque «es para bebés», me dice mi hija. Y, además, no contempla ni una sombra. Ni lona, ni árboles. Esto solo puede proyectarlo un sociópata.

Debe ser el mismo que ha decidido que instalar «juegos de agua» a modo de fuente en un chaflán de Isidor Macabich es una buena idea. Los «juegos de agua» son, básicamente, chorros que salen del suelo y que suelen ubicarse en parques infantiles y zonas para niños. En Vila, más originales y sostenibles que nadie, los han puesto en una esquina de una de las avenidas más transitadas de la ciudad. Sin ningún tipo de protección y con unas baldosas que tienen pinta de resbalar cosa fina en cuanto les caen cuatro gotas.

También debe ser idea suya lo de llamar zonas «petó i adeu» a los espacios en los que se podrá parar un máximo de cinco minutos en la misma vía. Estrés en vena. Debe ser el típico hipster gafapasta que tiene Barna como ciudad modelo de algo. O una tieta de los Paissos Catalans, de esas a las que no se les cae de la boca el «ai, quina mandra tot, tu». Pues eso, qué pereza dan…