Hace 25 años llegué por primera vez a Ibiza. Enseguida empecé a trabajar como periodista y también muy rápido me sorprendió que cosas que yo consideraba básicas viniendo de un pueblo de Madrid aquí eran una utopía. Por ejemplo, para ir a un especialista médico tardabas una eternidad o, en el peor de los casos, te enviaban a Palma. No existían servicios como las casas de la juventud. La Guardia Civil tenía una casa cuartel que se caía por los cuatro costados. La Policía Nacional no tenía efectivos. Y en Tráfico solo había una examinadora que hacía lo que podía.

Los políticos, de un lado y otro, prometían y prometían soluciones que nunca llegaban a aplicarse. Ya entonces se hablaba de complementos especiales para que los funcionarios estatales se quedaran en la isla. También de construir residencias para ellos. 25 años después, seguimos en las mismas. Pero la situación ha empeorado gravemente porque la población de Ibiza se ha disparado hasta prácticamente doblarse, pasando de unos 85.000 residentes a 151.000 en este periodo. ¿Somos demasiados? Somos los que somos y aquí no debería sobrar nadie. Pero la Administración no ha estado acertada en sus soluciones. No sé si porque no tenían capacidad para buscar cómo solventar el problema o porque se han dejado llevar por las locuras de quienes veían cataclismos en cada esquina. Sea cual sea la explicación, la realidad es que hoy estamos sin médicos, sin profesores, sin examinadores para el carné de conducir, sin policías, sin guardias civiles…

Desconozco cómo se puede arreglar ahora el entuerto pero tengo claro que o hay una intervención contundente (y seguramente impopular) de la Administración o sí que reventaremos. Y no porque esto esté lleno de mursianus como yo o de turistas deseosos de disfrutar del paraíso. Sino por la cobardía, la ineptitud y seguramente la avaricia de quienes tenían la obligación de evitar llegar a esto y pasaron.