Vas conduciendo tan tranquilo por el camino de tierra que lleva a casa de los suegros; típico camino de unos tres metros de ancho, con surcos de agua, piedras pequeñas y grandes, ramas que invaden desde ambos lados, la verja del vecino que puedes tocar con la mano si la sacas por la ventanilla,… Infinidad de pequeños obstáculos que, por costumbre, ya conoces y sorteas sin problemas.

De repente, tras el cambio de rasante que bordea la finca del vecino –esa de la valla a flor de camino-, aparece un todoterreno tipo tanque, levantando nubes de polvo y desbrozando los linderos; el frenazo que dais los dos os deja a menos de un metro de distancia, tu parachoques muy por debajo del suyo, y sin saber si las palpitaciones que tienes son debidas al susto o al traqueteo del V8 que ruge frente a ti.

Te recompones y estudias las opciones que tienes para salir del atolladero: o reculas tú hasta la entrada del vecino -a unos 50 metros a tu espalda-, o recula el tanque hasta el cruce que está unos 20 metros por detrás. Lo más seguro es que des marcha atrás hasta el portal del vecino y, si no tiene la cadena puesta, puedas meterte en su cancela para dejar pasar al tanque. Es probable incluso que el piloto del tanque te de las gracias con un gesto.

Respecto a la segunda opción, sabes que no es la más recomendable…

El tanque es casi tan ancho como el camino, y bastante más alto que el muro de piedra seca del linde de tu suegro; si el conductor no es muy hábil seguramente acabará desviándose unos centímetros a izquierda o a derecha, arrancando varias piedras del muro o doblando los postes de la valla.

Mejor, pues, recular tú que luego tener que arreglar los destrozos.

Al final el todoterreno desaparecerá con la misma nube de polvo pegada a su trasero. Y tú sólo habrás perdido un par de minutos, la torrada sigue esperándote aunque tardes algo más.

Como tienes por costumbre ir a comer a ‘cas sogres’ casi cada fin de semana, te das cuenta que mientras en los meses de invierno has topado con dos o tres coches en total, en temporada los frenazos-nube de polvo-recular son constantes.

El camino que antes servía a cuatro casas, ahora está sirviendo a una docena más que han ido apareciendo colina arriba.

El camino, con sus tres metros encorsetados entre piedra y reja, no puede crecer porque nadie cede de su lado. Ya sabes que ‘ses fites’ están para respetarlas… Y ni tu suegro ni su vecino están por la labor de regalar nada.

Así pues, el famoso camino seguirá haciendo de cuello de botella durante muchos fines de semana más.

El análisis es muy simple y la solución es evidente: o el camino crece o se invita a todos los propietarios y turistas que lo utilizan a cambiar de coche y conducir un Biscúter, un Smart o un Twizy.

Pero claro, siempre aparecerá el tanque de turno imponiendo su ley, o la procesión de excursiones-safaris que cada vez se acercan más al antiguo remanso de paz que era la casa del suegro. Y, de nuevo, las proporciones estarán mal resueltas.

Lo curioso de todo esto es que tenemos una normativa muy clara respecto a caminos y viales rurales; ésta establece de forma concisa los anchos mínimos, el material del firme, el drenaje, las zonas de maniobra a prever cada tantos metros, la separación de los vallados y muros de piedra sobre la vía,… incluso la previsión de zanjas para –¡definitivamente!- soterrar los tendidos eléctricos que tanto proliferaron años ha.

La administración es quien determina la interpretación de las normas para cada caso concreto, por lo tanto quien vela por garantizar su cumplimiento. Por el simple hecho de que estos caminos discurren por áreas rurales, es necesario que conserven siempre su condición de vías de escape para emergencias.

Pero claro, cuando no has conseguido ni ensanchar el camino ni convencer a los vecinos y visitantes de que cambien de coche, sólo queda aguantarse. O esperar que las casas de lo alto de la colina no tengan demasiados invitados durante el verano, o que éstos no alquilen los tres tanques de llantas cromadas que necesitan para su séquito. O que, cuando la casa de arriba del todo –la de las luces de colores- decida organizar una fiesta, no coincida con tu reunión familiar.

Ha pasado un mundo desde el querido 4 latas hasta el Hummer, pero el camino sigue siendo el mismo. Se ha multiplicado por mucho el parque móvil de Ibiza, y aunque ahora disfrutamos de mejores comunicaciones a nivel general (las controvertidas autovías y carreteras principales), las vías rurales son las que son, que ya están bien.

No se trata de convertir los caminos en vías de doble circulación, pero sí imponer el sentido común y evitar los cuellos de botella. Difícil pero no imposible, al fin y al cabo casi siempre se resuelve entre vecinos con buena voluntad.

Ibiza como territorio tiene lo que tiene, que no es poco; pero no tiene aún tomadas las medidas al overbooking de turistas que la visitan, cada año más, cada año con mayores y mejores coches. El campo ibicenco se está reconvirtiendo, transformando fincas agrícolas en agroturismos, reformando viejas casas en grandes residencias turísticas. Otra vez es un asunto de proporciones y de equilibrio.

Para los que sigan conduciendo tanques y maldiciendo a los payeses y sus fitas, que piensen que antes y después de ellos el camino ya servía y seguirá sirviendo a un propósito: comunicar a los vecinos, acceder al monte. No por tener el coche más grande y más alto se llegará antes y mejor.

Igual que no tiene sentido conducir un deportivo por un camino de cabras, tampoco lo tiene meter con calzador la limusina-Hummer en la finca del suegro. Porque como esto siga así, al final tendremos que habilitar aparcamientos disuasorios desperdigados por el campo. Mala solución.

Aunque claro… Siempre nos quedará el 4 latas, probablemente el mejor y más proporcionado vehículo para Ibiza. Con el permiso del Mehari y del 2CV, por supuesto.