Hacer sencillo lo difícil o posible lo impensable. Ver un espacio para la oportunidad donde el resto adivina un obstáculo infranqueable. Les confieso mi envidia malsana hacia los 73.000 espectadores presentes en el Camp Nou la noche del domingo. Para ellos les quedará el beneficio de poder decir: yo estuve allí. Los 30 últimos minutos de fútbol hilvanado por el Barcelona certificaron que ese juego puede llegar a la categoría de arte. Y luego está Messi.

Da lo mismo las filias o fobias de cada uno, el D10S argentino es un jugador universal. Domina todos los tiempos, en el campo y fuera. En el tapete verde es capaz de bailar un chotis en una baldosa para deshacerse de su marcador en la línea de fondo y provocar un penalti. Una genialidad. Acto seguido vino el homenaje. 24 horas después de que Johan Cruyff anunciase que está ganando 2 a 0 su particular lucha contra el cáncer, ‘La Pulga’ desempolvó el mítico penalti de ‘El Flaco’ con el Ajax.

El arte de provocar aplausos y admiración está por encima de esos códigos no escritos que esgrimen una presunta provocación cuando lo que se está ofreciendo es arte, la genialidad por la que paga el espectador. Así lo entendieron el técnico del Celta y sus jugadores que no pusieron ningún pero al lanzamiento del penalti o a la posterior lambretta ejecutada por Neymar. Ellos entienden el fútbol así. Así lo interpretaban en las calles destartaladas donde crecieron y así lo dibujan ante 100.000 espectadores.

Son extraterrestres con un balón cosido al pie.

Comentario aparte se merece la provocación o las malas artes mostradas por Vicenç Vidal. El conseller de Mede Ambient pide respeto para su persona tras llamar bárbaros y caciques a los vedraners. El arte de provocar.