Es un proceso largo y tortuoso pero tenaz y bien diseñado: empieza por la utilización del eufemismo como medio de alterar la descripción de la realidad; así, se suprime el antes llamado Tercer Mundo y se sustituye por los «países en vías de desarrollo». Los negros pasan a ser personas «de color» (como si blancos, cobrizos y amarillos fueran incoloros), el África negra se convierte en «subsahariana», los aparejadores en «arquitectos técnicos», las enfermeras en «ayudantes técnico-sanitarios» (ATS) y los decoradores en «arquitectos de interiores». Hasta las malolientes basuras pasan a ser «residuos sólidos urbanos». La ausencia de crecimiento se convierte en «crecimiento cero» y el decrecimiento o la recesión en «crecimiento negativo». Los callistas pasan a ser «podólogos», los masajistas «fisioterapeutas», los peluqueros «estilistas», los cocineros «chefs», los ojeadores «auxiliares cinegéticos», las criadas «empleadas de hogar» y los porteros «conserjes de fincas urbanas». A continuación se produce un cambio cualitativo: pasan a ser fachas quienes visten con decoro o simplemente llevan corbata, xenófobos quienes desean una inmigración ordenada e islamófobos quienes se oponen a la colonización cultural de un proyecto político teocrático regresivo y cruel, homófobos quienes rechazan el «matrimonio» entre personas del mismo sexo etc.

Temas inevitables pero desagradables, como la muerte o el decaimiento físico, han mejorado muchísimo desde que se inventó la cirugía estética y proliferaron los tanatorios con nombres que evocan paz y sosiego (Parque de la Paz, La Siempreviva o, más irreverente, Bai-Bai). Los ancianos ya son, entre nosotros, «la tercera edad» y, para los franceses, siempre tan finos, «la edad dorada» (l’Age d’Or); proliferan las residencias para la tercera edad (en Francia, Résidences de l’Age d’Or) dotadas de auxiliares gerontológicos, cuidadores especializados, fisioterapeutas y vistas a la naturaleza que no consiguen disipar del todo un ligero tufo a abandono en campos de concentración de cuatro estrellas en los que se come invariablemente mal. Por cierto, ya no debe decirse que alguien ha muerto de cáncer, sino que lo ha hecho «víctima de una larga y penosa enfermedad».

Abonado así el campo del embellecimiento de la realidad, entra en juego inevitablemente la «corrección política», un término que, en un principio e irónicamente, fue utilizado por la izquierda en los tiempos en que cada uno de sus grupúsculos tenía su propia línea de corrección. El término se popularizó a raíz de la publicación de un artículo en el New York Times en 1990. Esa ominosa dictadura contemporánea quiere que el necio, previamente anestesiado por la descripción eufemística de la realidad, pase a hablar de compañeros y compañeras, de seres humanos y seres humanas y de miembros y miembras, en una pugna por el dislate y la dislata digna de mejor causa.

Se llega así a la policía invisible del pensamiento único: la prensa empieza a omitir el dato de que el autor de un crimen es extranjero, se renuncia a la autodefensa, hablan de judicialización de la vida política quienes violan las leyes y no faltan políticos municipales espesos que convocan referéndums o declaran personas «non grata» a quienes les desagradan. Luego se sorprenden algunos de que surjan personajes como Trump, Wilders o Marine Le Pen y es que todo tiene un límite.