La realidad es una cosa y el mundo flower en el que nos gustaría vivir es otra bien distinta. Nos gustaría tener un país como Finlandia o Noruega, casi sin corrupción, con sistemas educativos que apenas producen tontos, pero tenemos lo que tenemos: un país cainita, lleno de viscerales, incapaz de reflexionar, que funciona a golpe de twitter estilo de Willy Toledo (que no Tolerdo) y de consignas analfabetas. Es tanto la porquería que nos están removiendo que estamos llevando al país, a la bonanza económica que comenzamos a recuperar, a no se sabe qué callejón sin salida, incluso hasta el punto que los de la CUP, apenas con diez diputados de Parlamento autonómico, están preparados para llamar a la desobediencia civil y todos nos quedamos mirando a semejantes pirados que además nos quieren arrastrar a todos. Nos van a tirar la casa por la ventana y nos vamos a quedar tan panchos. Se van a cargar el Estado de bienestar y nos vamos a quedar tan panchos. Nos van a llenar el país de refugees welcome y nos vamos a quedar tan panchos. Nos van a dejar sin curro, y nos vamos a quedar tan panchos. Es como leer el libro de Michael Houellebecq “Sumisión” pero en versión cutre pelocazo antisistema cupera. O una de dos, o los políticos que se acerquen más a la normalidad pactan, regeneran la sociedad y se dejan de dar protagonismo a los que están en el sistema para cargarse el sistema, o al final habrá choque de trenes. Un choque del que nos lamentaremos a toro pasado. Un choque que nos devolverá a una dictadura o más bien a un circo okupa. Construyamos un país moderno y saquemos ya los pies de la absurda ciénaga que nos han creado.