Hace 2400 años Aristófanes escribió Lisístrata, comedia en la que las mujeres atenienses emprenden una huelga sexual para calmar los aburridos ardores bélicos de sus maridos. Ignoro si la próxima huelga feminista también tendrá efectos en el lecho, pero auguro un llenazo total de los bares con los padres bebiendo un consolador vermut mientras dan el biberón a su camada.

Hace veinte años, Michael Crichton dio una vuelta de tuerca con su novela Acoso (en vez de una débil secretaria la víctima era un ejecutivo). Trataba sobre el acoso sexual en una empresa, donde lo determinante era el puesto de poder. Se llevó al cine con la estupenda Demi Moore acosando al subalterno Michael Douglas. En el mundo laboral es el poderoso, sea hombre o mujer, quien acosa por su influencia o prebendas a cambio.

Lo de la fuerza física y la violación queda para seres muy primitivos y cobardes, que antiguamente era contrarrestado con dosis de sutil veneno. En la modernidad tenemos el caso Lorena Bobbit, quien hizo justicia con un afilado cuchillo.

Las Pitiusas siempre han sido un matriarcado. Ellas mandan, igual que en el ball pagès, donde el hombre no hace más que piruetas para llamar su atención. Actualmente todos somos feministas porque la discriminación laboral con las mujeres ha sido una machista estupidez durante siglos y lo justo, aunque seamos gozosamente diferentes, es la igualdad de derechos.

Pero desde mi capacidad de observador nada neutral, debo decir que ellas mandan en la vida cotidiana. La mayoría de mis amigos casados son unos calzonazos que como gran aventura corren el maratón. Cuando en casa les ponen a dieta de yogurt y acelgas, los veo a escondidas pedir un entrecot con cara de culpabilidad y rogando alto secreto.

En los hogares civilizados, ellas han mandado siempre.