Gracias a Dios, por su amor hacia nosotros hemos tenido la suerte y la alegría de haber llegado al gran día de Pascua. A todos los de Ibiza y Formentera os felicito y os deseo que sea una gran y buen fiesta que nos ayude a vivir como nos corresponde. Los días pasados, el triduo pascual, hemos celebrado la pasión, la muerte y la resurrección del Señor Jesús. En todas las parroquias y en la Catedral hemos tenido las funciones litúrgicas necesarias e importantes para vivirlo y a ello se han añadido las procesiones, para transmitir ese mensaje a todos, procesiones hechas debidamente con la buena intervención de las excelentes cofradías de tenemos.

Hoy celebramos la resurrección de Jesús. Su cuerpo enterrado el Viernes Santo ya no está en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. «Él no está aquí: Ha resucitado», les dice el ángel. Así, Cristo Jesús vive glorioso. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe pascual. El que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado sobre el pecado y la muerte. Su resurrección no es la vuelta a esta vida para volver a morir, sino el paso a una vida gloriosa e inmortal. Pascua significa precisamente el paso del Señor Jesús a través de la muerte a la vida gloriosa, para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte, de la tristeza y del egoísmo, de la indiferencia hacia Dios y hacia el prójimo.

Jesús, una vez resucitado, salió al encuentro de sus discípulos: se les apareció y se dejó ver por ellos, caminó y comió con ellos. A Tomás, que dudaba de lo que le decían sus compañeros, le invitó Jesús resucitado a tocar las llagas de sus manos y meter su mano en la hendidura de su costado. Y Tomás creyó que el resucitado era el mismo que el crucificado. Los discípulos se encontraron personalmente y en grupo con el Señor resucitado. Fue un encuentro real, con una persona viva, y no una fantasía. Esta experiencia fue tan penetrante que tocó a sus personas en su mismo centro vital: pasaron del miedo a la alegría, de la decepción a la esperanza. Este encuentro transformó su existencia para siempre y los cambió en su comportamiento individual y comunitario: los movilizó e impulsó a contar con temple y aguante lo que han vivido y experimentado. Este encuentro es tan fuerte que hace de ellos la comunidad de discípulos misioneros del Señor, que nada ni nadie podrá ya parar.

Como entonces, el Señor resucitado sale hoy a nuestro encuentro. Él nos invita a todos a dejarnos encontrar o reencontrar personalmente por Él para fortalecer o recuperar la alegría de la Pascua: la alegría de sabernos amados personal e infinitamente por Dios en su Hijo, Jesús, crucificado y resucitado, para que en Él tengamos vida. Este encuentro es posible: el resucitado nos espera especialmente en los pobres, en su Iglesia, en su Palabra, en la eucaristía y en el sacramento de la penitencia, en la oración, en la comunidad de su Iglesia.
Nuestra alegría pascual será completa, si nos dejamos encontrar y transformar por el Señor resucitado; sólo así resucitaremos también con Él a una vida nueva, ya ahora. Es la vida de comunión con Dios y con los demás que lleva a promover la vida y la dignidad de todo ser humano y a vivir con esperanza. Dejemos que el Resucitado entre en nuestra vida y haga de nosotros sus discípulos misioneros.

¡Feliz Pascua de resurrección para todos!