Cada época tiene sus formas de poder que a veces son más o menos tiránicas, incluso más o menos democráticas como lo han sido en España hasta hace pocos años. Ahora vista la actitud de los nuevos grupúsculos, el avance de actitudes estalinistas y las posverdades, pues yo no sé si lo que vivimos ahora es un régimen de libertades entre otras cosas porque las leyes son bastantes veces papel mojado, incluso desde las mesas del Congreso y del Senado, lo que ya es el non plus ultra. Cada época, decía, tiene sus formas de poder pero mi experiencia viajera por las repúblicas exsoviéticas, como Azerbaiyán, me susurra que hay un sub specie aeternitatis, una superestructura que dirían los economistas, que permanece siempre. ¿Un caso?, pues Stalin mando destruir o convertir en establos un montón de iglesias, quiso erradicar el opio del pueblo y hoy los templos ortodoxos desde Moscú a Georgia están a rebosar de fieles. Es aquello de que todo cambia para que nada cambie. Y algo de eso se puede aplicar a Formentera, donde al parecer no funciona supervisión superior alguna, la hacen los mismos que gobiernan directamente. Un grupo de políticos con consignas de la nueva hornada controla la isla a su insano antojo, ejerciendo eso tan español y tan eterno, y tan galdosiano y tan de la Restauración, como es el clientelismo. Con el agravante de que no tiene mérito hacer eso en un territorio tan pequeño, donde todo el mundo se mira y se conoce, como en la Pitiusa del sur. En realidad lo del clientelismo en Formentera ha pasado siempre, ya lo escribió a principios del siglo pasado Joan Estelrich, que alertaba sobre el caciquismo que suele ser camaleónico y que ahora se transforma en ecocaciquismo-colectivo, social y de género.