Nunca fui un estudiante modelo. Tampoco uno de esos que traían de cabeza a sus padres porque odiaba ir a clase. Sólo hubo una etapa, cuando cursaba COU, en la que me creía más chulo que un ocho y pensaba tener el mundo a mis pies. Puse a prueba a mis padres y acabé perdiendo, afortunadamente para mí. Me acabaron convenciendo con palabras, diálogo y algún que otro castigo, que aquello había que tomárselo en serio, sobre todo en la Universidad, porque ellos, que siempre han tenido los pies en el suelo, no tuvieron las mismas facilidades que yo para ir a clase. Tenían que compatibilizar trabajo y estudios y alguna vez, incluso, protestaron y corrieron delante de los Grises, en plena dictadura.
Por eso, ahora que veo las imágenes de estudiantes en Cataluña colapsando las Universidades para protestar por la ya famosa sentencia del ‘proces’ y Rectores confirmándoles que sólo tendrán que pasar un examen al final del curso «para que puedan compatibilizar la actividad académica con la asistencia a las manifestaciones independentistas», no salgo de mi asombro. También aprendí de mis padres que cuando se es joven hay que protestar, ser reivindicativo y no ser conformista pero también que hay que ser consecuente con tus actos. No seré yo quien juzgue si hacen bien o mal protestando por la sentencia, eso me lo guardo para mí y para mis charlas con amigos, pero como están en su derecho de hacerlo después tienen que hacer frente a lo que les toca. Tendrán que compensar sus horas, sacar tiempo de estudio de donde puedan y por supuesto examinarse como aquellos que quieren ir a clase o que, simplemente, no comparten sus ideas. Con estas decisiones, los Rectores están creando un precedente y habrá algunos estudiantes que se sumen al carro aunque no compartan sus ideales independentistas. Y para su desgracia, no tienen los padres que tuve yo, con los pies en el suelo, para hacerme comprender que estudiar es un privilegio del que mejor no desistir.