La mayor victoria por la naturaleza pitiusa se logró con la movilización social frente a las prospecciones petrolíferas. Se forzó a los políticos locales a cambiar su tradicional pleitesía a la dirección nacional de sus partidos por el compromiso isleño. Y se ganó una batalla que muchos creían imposible. El todos a una funciona.

Actualmente el más grave problema ambiental y amenaza directa para la bendita posidonia (mucho más que las anclas que fondean sobre su manto) son los emisarios obsoletos que vierten su porquería al mar. Demasiadas playas se cierran en verano por insalubridad y solo chapotean en ellas algunos hooligans acostumbrados a hacer largos por el Támesis. Es un escándalo que se repite y olvida en la vorágine estival, pero reclama soluciones de urgencia y una coordinación política que supere el fanatismo de las siglas de un partido.

Los políticos baleáricos tradicionalmente se acobardan a la hora de exigir sus derechos en Madrid. Por nuestro espléndido aislamiento deberíamos tener un régimen tan beneficioso como el de Canarias, pero tal posibilidad se diluyó –me dijo Mariano Llobet mientras tomábamos un palo con ginebra en Ebusus— por presiones de Jordi Pujol, quien lo juzgaba peligroso para la extensión de su paja mental nacionalista.

Los políticos pitiusos se achantan también ante sus colegas mallorquines. El reparto de la ecoestafa atufa. Y a lo que se destina la parte que nos llega, huele peor todavía. Es la etiqueta eco, que sirve para todo aunque nada tenga que ver con el medio ambiente. Y su uso tan solo demuestra la incompetencia de una administración paquidérmica a la hora de gestionar los fondos con que nos esquilman.

Olvidan que las arcas públicas se llenan con esfuerzo privado.