El Evangelio nos habla de la Transfiguración del Señor. Jesús, acompañado de tres Apóstoles: Pedro, Santiago y su hermano Juan, se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto se les aparecieron Moisés y Elías hablando con él.

Por unos momentos, los apóstoles contemplaron con inmensa felicidad la gloria celestial del Señor. Moisés y Elías son los dos representantes máximos del Antiguo Testamento, representaban a la Ley y a los Profetas. Para prevenir a sus discípulos con esta visión los conforta en la fe. Jesús no se limita al anuncio de que había de morir y resucitar al tercer día. El Señor quiso que sus tres apóstoles predilectos viesen en el hecho de su Transfiguración unos momentos de la gloria y de la majestad que en el Cielo tiene su Humanidad Santísima. En esta escena del Evangelio, Dios Padre revela a los tres apóstoles que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Hijo muy amado. Y añade: «Escuchadle». En Cristo, Dios habla a todos los hombres. La Iglesia no cesa de escuchar sus palabras, las lee continuamente. Estas palabras también son escuchadas por los no cristianos. Cristo, el Hijo de Dios vivo, habla a los hombres también como hombre. Es su misma vida la que habla, su humanidad, su amor que abarca a todos. Habla además su muerte en cruz. Esto es la insondable profundidad de su sufrimiento y de su abandono. La Iglesia no cesa jamás de revivir, en el santo Sacrificio de la misa, su muerte en cruz y su Resurrección.

La Iglesia vive el misterio de Fe, lo repite sin cansarse nunca y busca continuamente los caminos para acercar este misterio de su Maestro y Señor a toda la Humanidad: a los pueblos, a las naciones, a las generaciones que se van sucediendo. Al contemplar el cuarto misterio luminoso del santo Rosario –la Transfiguración del Señor–, no podemos menos que creer firmemente en la Divinidad y la Humanidad de Cristo, exclamando con San Pedro: «Señor, qué bien estamos aquí».

Con fe y amor podremos gozar de la presencia de Cristo. Dios está aquí, venid a adorarlo. Jesús quiso quedarse entre nosotros y se quedó para ser nuestro Maestro, nuestro Salvador, nuestro gran amigo. Los creyentes en Cristo fomentemos su amistad e intentemos buscarle amigos.