Yo que nunca he sido de mitos ni de aupar a nadie a los altares, la visita ayer de sus Majestades a Ibiza y Sant Antoni me dejó indiferente. Esa sensación que tantas veces repitió mi abuela Trini, «de ni fu ni fa, ni chicha ni limoná».

Que sí, que muy guapos y que él muy alto y ella muy delgada según muchas mujeres allí presentes, y que sí, que un acierto el que le hayan dicho a doña Letizia que escogiera un vestido de Adlib Moda Ibiza. Por cierto un vestido de 564 euros que no parece estar al alcance de muchos bolsillos con la que cae. Pero todo me dejó muy frío a pesar del calor que hacía porque todo fue como muy artificial. Solo un breve tiempo con los artesanos y paseo por las calles junto a las autoridades y poco más. Todo muy profesional y muy medido.

Así, que entre tanto lío, entre tanta monarquía y entre tanto político, me quedo una vez más con la gente de a pie que me aporta algo, como los artesanos Agustí, Pepita, Pepa o Xicu que ayer mostraron pacientemente su trabajo a sus Majestades. Castanyoles, flaütas, tambores, espardenyes y otros productos que se elaboran siguiendo una tradición que se transmite de padres a hijos y con la satisfacción de saberse los garantes de una tradición que muestra a todo el mundo que Ibiza es mucho más que fiesta, ocio nocturno y desmadre. Esa Ibiza de la que me enamoré hace ya 11 años y que sigue dentro de mi corazón. Esa que, me gustaría que hubieran descubierto ayer don Felipe y doña Letizia gracias a ellos.

Por cierto, sin ánimo de mal meter y como apuntó el gran fotógrafo y amigo Daniel Espinosa, «con todo lo que está pasando, ¿vienen los reyes y nos olvidamos de las distancias de seguridad y de fumar a menos de metro y medio?» No le falta razón. Una muestra más de que vivimos en un país de contradicciones enormes que no deja de sorprenderme. Un país que, a pesar de todo, aún amo aunque me duela.