Confieso que este mundo y este país en el que vivimos no deja de sorprenderme. Los que me conocen saben que soy futbolero y que simpatizo con los dos atletis, el de Madrid y el de Bilbao, pero desde hace años ando muy desencantado. Ya saben, aquel mantra que repito con frecuencia de «odio eterno al fútbol moderno». Mi padre me explicaba, con su infinita paciencia, que todo es un negocio y que se ha perdido la esencia. Que el dineral que cobran algunos jugadores y los millones de euros que se pagan por muchos fichajes, aunque estén justificados, son obscenos e inmorales en los tiempos que corren con tanto autónomo sin saber como pagar sus facturas, con tanto sanitario dejándose la vida por nosotros, con tantos profesores, padres y madres que afrontan con inquietud y miedo la vuelta al cole.

Eso sin hablar de cajeros, restauradores, camareros, limpiadores, basureros, peluqueros, periodistas... a los que afecta esta crisis del coronavirus mucho más a que los futbolistas o entrenadores del Real Madrid, Barça o Atleti. Por eso, miro con asombro lo que está sucediendo con Messi y su salida del FC Barcelona. No puedo entender como una multitud acude a las instalaciones del Camp Nou para protestar por su salida del club. No puedo entender que se hable y se escriba de darle las gracias y hacerle la despedida que se merece. No seré yo quien niege la evidencia de los logros deportivos conseguidos por el argentino para su club y de sus donaciones a causas benéficas pero no deja de ser un futbolista que como decían nuestras abuelas solo corre y da patadas a un balón. Muy bien eso sí, pero nada comparable a aquelllos que hacen un trabajo mucho más importante por nuestra sociedad en los tiempos que corren. Seguramente estaré equivocado pero para mí es una cuestión de prioridad. Yo me guardo las gracias y las despedidas que se merecen para otros anónimos que nos ayudan más.