Contemplo, profundamente asqueado, el controvertido cartel sobre la serie basada en la novela de Fernando Aramburu que este mismo mes estrenará HBO en la pequeña pantalla (celebro que el autor de tan espléndida obra lo considere un desacierto). Pero, lo relevante, no es ya que sea un desacierto, ni siquiera el que resulte un diseño inapropiado para la televisión... No, no es eso. Sin escatimar adjetivos, dicho cartel es una muestra repugnante y sectaria del concepto exclusivo de nuestra progresía sobre lo que está bien y lo que está mal y, en último caso, un exponente siniestro sobre su asquerosa capacidad de indiferencia hacia el dolor de los que no pertenecen a su tribu (Ya sabéis; ¡Yo sí te creo, hermana, yo sí te creo! Claro, pero solo si te viola una manada de españoles y da rédito mediático, si resultas agredida siendo diputada de VOX por una turba de salvajes o sufres explotación sexual en un centro de acogida de menores tutelado por nosotros, eso ya es otra historia, hermana). Deduzco, con inmenso asco, que el zarrapastroso mental que lo ha diseñado jamás ha sujetado un niño mutilado entre sus brazos tras la explosión de una bomba lapa, ni que ninguna de las féminas de su familia ha sido asesinada por unos gudaris paletos durante su embarazo. Sí, debe ser eso; no existe otra explicación para llegar a tal grado de bajeza (salvo un retraso mental crónico), sazonado, por supuesto, con esa equidistancia moral de la izquierda que les permite obviar a los miles de españoles fallecidos por la COVID-19 mientras tienen sueños húmedos con las Trece Rosas o el avalar a las alimañas del tiro en la nuca que asesinaban hace dos telediarios para presentarlos como gente de paz al unísono que se afanan en buscar desesperados por las cunetas los restos de una contienda fratricida de hace más de ochenta años con la esperanza de que bajo la capa del polvo y los huesos olvidados puedan enterrar sus tropelías, su malversación insaciable de caudales y recursos o la desfachatez de tanto cargo regalado a sus concubinas y amiguetes.

Vivimos sometidos a una dictadura moral de lo políticamente correcto instaurada por la izquierda. Ellos, solo ellos, deciden qué símbolos se pueden vilipendiar y cuáles no, sobre qué tema se puede hacer bromas y sobre lo que nunca jamás deberíamos ironizar bajo peligro de excomunión y pira inquisitorial de su Brunete mediática. Aí son nuestros progres, los que reescriben la historia a su antojo y nos dicen cómo hemos de interpretarla; los que se afanan en quitar crucifijos pero nos imponen la comida halal y babean ante el hijab; a la postre, los que dictaminan cuándo unos asesinos son buenos, chachis e incluso tienen motivos para asesinar (lo mismo les da uno que un millón, como con el perro y los visones que ya mencionara; cuando se trata de muertos no les sonroja la cantidad de dígitos. Más de cien millones suma el ideario marxista y todavía exhiben orgullosos sus banderas rojas pese a seguir chorreando sangre) y el resto del orbe que discrepa es simplemente malo, o muy malo porque orbita en el inexorable y amplísimo espectro de lo que ellos consideran el universo oscuro, o sea, lo facha. Cosa que, a estas alturas del sainete histórico que sufrimos, ya balbucean hasta los mudos. Facha es todo aquel que no vota a las formaciones pijorevolucionarias (PSOE y Podemos) o a las fuerzas separatistas en sus dos variantes, megaburguesa o ultraizquierdista; si son los primeros, se mira para otro lado y se soporta su hedor a caspa (no importa su ideario decimonónico ni su racismo latente). Como son nuestros socios, dejan de ser fachas. Asimismo, si se trata de formaciones anacrónicas marxistas (de porro y litrona, pañuelo palestino, oreja perforada y sudadera con capucha) estilo Bildu, CUP o BNG, pues tampoco son ni malos ni fachas (aunque se trate de un nacionalismo cerril y paleto, este ejerce una extraña fascinación sobre las élites del Rolex, la camiseta del Che, el pin del arcoírisy la inevitable subvención copiosa). Vaya, ¿y podría ser de otra manera cuando lo que ofrecen es nada menos que la modernidad marcial, el corte de pelo único y el progreso del régimen de Kim Jong-un? ¡Ahí es nada!

La dignidad de las personas no se mide por sus ideas, sino que son sus actos los que realmente a la postre reflejan la grandeza de estas y del que las ejecuta. Uno ha de asumir sus éxitos y errores, y si un descerebrado nos presenta cierta propaganda que resulta humillante para la dignidad y el dolor de las víctimas y sus familiares, lo lógico es que tenga consecuencias. Y como es de suponer que antes de darle el aprobado definitivo a ese detritus gráfico habrán sido no pocos los directivos y creativos de HBO que lo hayan contemplado, juzgado y dado el visto bueno a lo que jamás debía haber visto la luz, es de cajón, ellos también son cómplices de tal afrenta... Decía que son los actos los que al final reflejan la grandeza de las personas y sus ideas. Tenía bastantes ganas de ver la adaptación de ese drama que se desarrolla bajo la lluvia permanente del Norte y sobre el terror irracional y sectario que todavía padecen, con la connivencia de Madrid, esos héroes vascos que se sienten españoles. No va a ser así. La decencia me dicta que no la vea, y si son muchos más los que toman la misma iniciativa y me secundan, tanto mejor para la maltrecha dignidad de nuestra Patria. Tal vez, eso espero, consigamos poco a poco que los diseñadores descerebrados y amorales que perpetran dicha basura anden menos sueltos en el futuro al intentar crear polémica banalizando tragedias y se lo piensen antes de usar el inmenso sufrimiento de unos para hacer más ricos a los otros.