Ibiza ha empezado el año con la peor de las noticias: el retroceso a la fase 3 a partir de hoy y, encima, reforzada con un toque de queda a las 22.00 horas y el cierre interior de toda la hostelería y restauración. Ya lo dijo claramente el presidente Vicent Marí este pasado lunes al afirmar que todo lo que habíamos avanzado hasta mediados de diciembre se había perdido en cuestión de dos semanas. La tasa de incidencia ha pasado de 138 a más de 240 casos por cada 100.000 habitantes a 14 días y los contagios van creciendo a un ritmo muy desalentador. Ni Ibiza, ni Formentera ni el resto de Baleares, puede permitirse el lujo de llegar a abril o mayo con una tasa de contagios de 240 o más casos por cada 100.000 habitantes. Todos conocemos a alguien que o bien está en ERTE, ha sufrido un ERE o sólo ha conseguido trabajar uno o dos meses este pasado verano, algo que resulta inconcebible que vuelva a repetirse esta próxima temporada por la precariedad económica y social que implica. En paralelo, todos conocemos a quienes están respetando las indicaciones sanitarias de contención de la pandemia evitando grandes grupos de personas, llevando mascarilla, lavándose las manos y manteniendo su grupo ‘burbuja’, pero también todos conocemos a alguien que parece que el virus no va con él o ella y sigue haciendo lo que le viene en gana como si no pasara nada. El hastío de la sociedad con la pandemia es generalizado, y lo comparto, igual que comparto el hartazgo que generan según qué representantes políticos que hacen ‘triquiñuelas’ para cumplir con las normas sanitarias (véase Mae de la Concha organizando dos cenas para 24 y 26 personas en plena pandemia, según ha revelado Diario de Mallorca) cuando les están pidiendo a los ciudadanos que sean responsables. Es cosa de todos que la pandemia sanitaria deje de extenderse y derive aún más en una debacle económica y social sin precedentes en las Pitiusas.