José Miguel López (izquierda) durante una grabación de Discópolis de Radio 3, en una imagen de archivo, en el Eivissa Jazz. | ARCHIVO

Este martes me desperté con una muy mala noticia para los que nos sigue gustando Radio 3. Uno de sus periodistas y locutores con mayor carisma, el riojano José Miguel López, se jubilará forzosamente tras recibir una carta en la que se le informaba que dejará de hacer Discópolis. Un magnífico programa que comenzó el lunes 5 de enero de 1987 y que desde hace ya varias décadas me ayudó a descubrir junto a mi padre las mejores músicas del mundo.

Lo malo no es la noticia en sí sino las formas, ya que tal y como asegura el propio López, no le han dejado hacer el programa hasta el día anterior y celebrar el Día de la Música el 21 de junio alegando desde dirección «que no se puede hacer un ajuste de programación en miércoles». Desgraciadamente, no parece que sea el único locutor legendario de Radio 3 que se verá obligado a dejar su programa.

Según La Ganzúa, Julio Ruiz dirá adiós a Disco Grande justo cuando el programa acaba de celebrar 50 años en antena con gran éxito, y Javier Tolentino se tendrá que despedir de Séptimo Vicio, el espacio dedicado al cine de todo tipo. No serán los únicos, todo parece indicar que con ellos se irán otra veintena de trabajadores de RNE, incluyendo secretarias, comunicadores y productores. Y parece que todos dejarán el ente público sin el reconocimiento que merecen después de habernos demostrado durante tantos años que eran posibles otras opciones radiofónicas alejadas de tanto ruido, crispación y polémicas entre unos y otros. La emisora y sus directivos no les rendirán el homenaje que merecen.

Yo, no soy nadie, pero si de algo sirve, escribo estas líneas para darles a todos las gracias. Y decirles que el 18 de junio estaré atento para escuchar el final de los tres programas y que el 20 de junio no me perderé el último Discopolis Jazz. Tras ello reconozco que me será complicado volver a sintonizar esa emisora porque me invadirá una mezcla de nostalgia e indignación por vivir en un país en el que casi nunca despedimos bien a quien de verdad se lo merece.