Protesta contra la ley de Hungría contra la comunidad LGTBI. | ANA FERNANDEZ / ZUMA PRESS / CON

Los extremismos a derecha e izquierda se abren camino en las democracias de todo Occidente, como una tromba de agua cuando se abre paso a través de un torrente que no se ha acondicionado en décadas, arrasando todo lo que se encuentra a su paso.

Los populismos y nacionalismos a izquierda y derecha pretenden traer soluciones fáciles a problemas extremadamente complejos. Recetas basadas en lemas y eslóganes que únicamente generan expectativas incumplibles, crispación y más radicalización. Recetas que se han demostrado fallidas y, que puestas en práctica a lo largo de la historia, han dado resultados funestos. Recetas basadas en el odio visceral al que no comparte las mismas ideas, en el odio al distinto, al de fuera de la tribu. Podríamos pensar que en España son minoría, pero condicionan claramente a gobiernos locales, autonómicos y al central. Tampoco hay que subestimarlos ni pensar que es simplemente una cuestión temporal. Tampoco es fruto del voto de castigo porque, efectivamente, hay una parte de la población que cree fervientemente que son los salvadores de la patria. Nadie hubiera dicho tampoco que en Alemania entraría de nuevo la extrema derecha en el Bundestag, pero ahí están.

Estos movimientos regresan, en parte, por la corta memoria de nuestra sociedad, por la falta de educación y de la incapacidad de inculcar unas habilidades mínimas de pensamiento crítico en las nuevas generaciones.

Suelo tender a pensar que las cosas caen por su propio peso, por lógica. Pero nos topamos con la cruda realidad de que hoy en Europa, a nuestro lado, hay gobiernos como el de Hungría que están retrocediendo en derechos como los que el colectivo LGTBIQ+ tenía reconocidos desde hace tiempo. Pero no hay que irse demasiado lejos, ya que en España mismo tenemos formaciones políticas que cuestionan la libertad sexual, los posibles modelos de familia, el derecho a tener una muerte digna, qué es correcto pensar y decir. Incluso qué o quién puede preguntar en una rueda de prensa en el Congreso de los Diputados, tal y como ocurrió con un comunicado infame firmado por el conglomerado de partidos que mantiene a Pedro Sánchez en la Moncloa, PSOE incluido, el pasado 1 de diciembre.

Los derechos fundamentales no están garantizados y la libertad que disfrutamos a día de hoy –pandemia de por medio–, tampoco. Las democracias liberales están amenazadas por fuerzas internas y externas. No nos podemos permitir blanquear a los que hasta hace dos días atentaban contra nuestra democracia, a los que hoy cuestionan determinados derechos fundamentales ni a los que pretenden jugar fuera de las reglas de juego marcadas entre todos democráticamente. Bajar la guardia no es una opción. Omitir la acción y la respuesta a estos movimientos, tampoco. La libertad está en juego.