Imagen de la vuelta al cole el pasado mes de septiembre. | Toni Planells

Leo los comentarios de los lectores a mi reportaje sobre la inmersión lingüística y constato que son más los que rechazan el sistema que los que lo defienden. Alguno dirá que eso son cosas de fachas pero, miren, yo de ultra tengo poco y, sin embargo, considero que la inmersión lingüística es básicamente la imposición de un capricho con consecuencias trágicas.

La realidad de Ibiza, como la de Cataluña, es que la mayoría de la gente se expresa, piensa y siente en castellano. Pretender imponer una lengua que no sea esa con la excusa de que, de no hacerlo, se perderá es uno de los mayores absurdos que he visto en mi vida. Si la gente no quiere hablar catalán, ¿por qué no respetarlo? Si los alumnos aprenden mejor en castellano, ¿por qué obligarles a estudiar en una lengua que no sienten como propia? Lo que dice el artículo 3 de la Constitución, lo dejamos para otro día.

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La imposición de una de las dos lenguas oficiales de esta comunidad sobre la otra tiene ya muy poco que ver con la cultura y mucho con el supremacismo. Basta comprobar que lo que llaman fet diferencial se basa única y exclusivamente en la lengua. Y nadie quiere ser reconocido como diferente si no es para sentirse superior o para obtener privilegios con respecto a los demás.

Y no, no acepto que me llamen facha por defender esta postura. Fachas son los que pretenden que para ellos poder expresarse en una lengua minoritaria, los demás han de perder el derecho a hacerlo en la mayoritaria. Por cierto, si los niños aprenden castellano a la perfección en el patio y la TV (otro mantra ultra), ¿por qué no dejar el catalán para esos espacios y subir hasta el 50% las clases en castellano?