Un niño leyendo. | Pixabay

Hace unos meses hablaba con una madre en una tutoría en la que le explicaba que su hijo rompía los dibujos que no salían como él quería, se frustraba y se enfadaba ante lo que no salía como él deseaba. La madre sorprendida decía que en casa también ocurría a veces, pero ella intentaba decirle que eso no se hacía. Le explicaba al niño que cuando ocurren cosas que no nos gustan no hay que enfadarse, que es normal que pasen. Es decir, le explicaba la teoría de maravilla y el niño se sabía el manual para no enfadarse al pie de la letra. Sin embargo, en clase no lo aplicaba.

Yo le hice la pregunta del millón a la madre: «¿Qué haces tú cuando ocurren cosas que no te gustan?». Ella claramente me contestó que se enfadaba y a veces gritaba, pero le decía a su hijo que eso no lo hiciera, claro, que eso estaba mal. Y en ese momento, sin yo decir nada, sucedió el milagro. Se le encendió la bombilla y se dio cuenta de que en lugar de intentar enseñar al niño a controlarse tenía que aprender a controlarse ella.

La práctica venció a la teoría, y cuando la mamá empezó a dominar sus momentos de enfado ante los acontecimientos «negativos» de su vida, el niño también empezó a reducir sus situaciones de frustración.

Durante los primeros años de vida los niños aprenden mayormente mediante imitación, por eso es tan importante que los padres sean conscientes no solo de qué hacen sino también de cómo hacen las cosas. El niño aprenderá de todo lo que vea y oiga a su alrededor pero sobretodo se fijará en sus referentes, querrá hacer las cosas qué y cómo las hacen ellos.