El pasado domingo, 4 de junio, Maria Juan Marí, de Can Masià, celebró su centenario. | Toni Planells

El pasado domingo, 4 de junio, Maria Juan Marí, de Can Masià, celebró su centenario con una gran comida junto a más de cuatro decenas de familiares y amigos en el restaurante Bahía.

Esta vecina de Santa Eulària, con un siglo de vida a sus espaldas, mantiene una memoria y una claridad envidiables, igual que su humor: «¡Pero estoy más sorda que un trapo!», advierte ante cualquier halago hacia su buen estado de salud.

Nacida en la finca familiar de Can Masià, es la hija mayor de los seis hijos que tuvieron de Pep y Maria. En su casa, cerca de la Plaza del Cañón de Santa Eulària, inundada de ramos de flores, Maria de Can Masià explica aPeriódico de Ibiza y Formentera algunos de sus recuerdos de su siglo de vida.

Familiares de Maria.
Foto: Toni P.

Preguntada por los tiempos de su juventud, instantáneamente responde «yo era modista. Ni recuerdo cuando empecé, pero era muy jovencita. Me enseñó Antonia d’es Milí, que vivía al lado del río».

Efectivamente, Maria cosió durante su juventud, «era muy mañosa», tal como apunta su hermana pequeña, Nita, que recuerda que «nos hizo el vestido de comunión a mi hermano, Vicente, y a mí, que éramos los pequeños». Pero entre su maña con las agujas y el hilo y que, «Maria d’es Molí se casó con un guardia civil y se fue a Mallorca» , Maria acabó convertida, también, en maestra «muchas chicas del pueblo, que me pedían que les enseñara». Una de sus alumnas en esos tiempos era Maria de Can Lloses que, «durante la comida de celebración, no paraba de decir con orgullo que había sido alumna de Maria», tal como apuntaba su sobrina, Margarita.

Restaurante

Maria se dedicó a la costura «hasta que me casé, con 21 años, con Miquel Torres, de Can Pere d’es Puig, que era cocinero», tal como explica ella misma. Tras el matrimonio, Maria y Miquel fundaron el Restaurante Sa Punta entre los años cuarenta y cincuenta, «probablemente fue el segundo restaurante en Santa Eulària tras el Royalty», tal como apunta Nita. «Allí teníamos una cueva donde teníamos las langostas. Trabajamos muchísimo durante muchísimos años. Aunque mi marido era cocinero, él no cocinaba nunca, estaba tras el mostrador controlando que todo fuera bien. Yo estaba en el comedor, sirviendo y controlando», recuerda Maria, que reconoce que «no recuerdo cuantos años pasaron antes de que lo traspasáramos. Estábamos cansados de tantos años de lucha. Entonces mi marido se dedicó a la construcción e hizo algunos edificios al lado de la plaza del cañón». Sin hijos y con las cuentas saneadas, Maria y Miquel, cultivaron siempre su afición por los viajes, «conocimos toda España, pero también estuvimos en muchos países de todo el mundo: Marruecos, Alemania, Francia, Perú, Brasil…» repasa María antes de hacer gala de su humor para rematar afirmando que «entonces éramos jóvenes y lo pasábamos muy bien viajando. Ahora solo me queda viajar al cielo, pero no tengo ninguna prisa».

María con las langostas que servían en el restaurante.

Guerra

El gesto amable de Maria se tuerce al recordar los años de La Guerra, que vivió cuando tenía 13 años. «Yo era muy jovencita, pero recuerdo que pasamos mucho miedo. Pasaban los aviones que iban a tirar las bombas a Vila muy bajitos y nos escondíamos en el hueco de un algarrobo que teníamos en casa», recuerda Maria que también mantiene el recuerdo de «cuando quemaron la iglesia en Santa Eulària después de quemar la de Sant Carles. Más tarde, obligaron a los republicanos a arreglarla». María se esmera en subrayar el miedo que se vivió en los tiempos de guerra, «se llevaban a la gente para matarla. Nosotros vivíamos en el campo y, en una ocasión, alguien tocó la puerta para pedirle comida y ayuda a mi padre. Él se comprometió a dejarle comida cada día bajo un pino, pero le explicó que no se atrevía a comprometerse ayudándole».

María en el Restaurante Sa Punta que fundaron ella y su marido.

‘Los años del hambre’

Pasada La Guerra llegaron ‘los años del hambre’ en los que Maria recuerda que «como mi padre era albañil, iba a trabajar a las casas payesas y siempre cobraba con comida. Gracias a eso no pasamos hambre. También es verdad que teníamos una pequeña finca y podíamos hacer matanza cada año. Sin embargo, hubo mucha gente que pasó hambre, venía gente de todos lados, también de Formentera, para pedirnos comida. Mi madre les daba una ‘embosta’ de algarrobas a cada uno de ellos. Antes, durante La Guerra, también venían muchos soldados y mi madre hacía lo mismo: les daba unas algarrobas, pero antes nos decía que nos escondiéramos y cerráramos la puerta». «La guerras siempre son malas, pero la que vivimos nosotros fue peor: fue una guerra entre hermanos».

Otro episodio que recuerda Maria relacionado con los tiempos de La Guerra tiene que ver con el oro de la ‘emprendada’ familiar, «vinieron unos señores que se llevaron todo el oro de la familia. La gente lo escondía como podía. Más adelante lo devolvieron, pero, como no había suficiente para todos y lo acabó vendiendo para comprar el huerto, que era lo que daba de comer».

Los recuerdos familiares de Maria van más allá del siglo XX para explicar la historia de su finca familiar, «resulta que mi abuelo era muy jugador y perdió la finca en una apuesta cuando mi padre solo tenía 14 años. Mi padre tuvo tal disgusto que prometió que la volvería a comprar, así que acabó yendo a Cuba al poco tiempo de casarse, a trabajar con la caña de azúcar y mandar dinero a Ibiza. Al cabo de un tiempo se puso media finca a la venta y la compró con ese dinero, que le mandaba a su suegro (a quien había firmado unos poderes en su nombre). Cuando se puso la otra mitad de la finca a la venta y pudo comprarla, volvió de Cuba, cogió a mi madre y se fue a vivir a la finca».

A día de hoy, tal como explica ella misma, «vivo muy bien. Omaira me ayuda mucho y está conmigo desde hace 12 años. Además, tengo una familia muy buena que me quiere mucho y son muy buena gente».