Catalina Roig en la caja del supermercado Norte, en la que ha trabajado durante más de 40 años. | Toni Planells

Cualquiera que haya vivido en el barrio de Ca’n Escandell, Casas Baratas, durante los últimos 40 años sabe que allí el norte no tiene nada que ver con los puntos cardinales. De la misma manera sabrá quién es la reina en el norte: Catalina. Catalina del Norte, o doña Catalina, como la llaman muchos de sus clientes de toda la vida. Catalina Roig (Corona, 1946), ahora jubilada, ha regentado la tienda de comestibles del barrio, el Norte, desde hace varias décadas, tienda de la que se ocupan ahora su hija Lina junto a su marido, Calero. La familia también está al frente del bar Norte, con sus hijos Juanan y Vicent al cargo, al otro lado de la acera.

¿Cuánto lleva en la tienda?
— En julio de este año hará 42 años que la abrimos. Pero antes ya habíamos abierto el bar y la primera tienda. Ahora ya no trabajo, estoy jubilada y mi hija, Lina, y su marido, Calero, se encargan del supermercado. De la misma manera, mis hijos Vicent y Juan Antonio se encargan del bar. Lo que hago ahora es venir por afición. Por las mañanas me paso un rato a verles y ver qué tal va todo, pero no sé cómo me las apaño y siempre acabo sentándome un momentito en la caja, hablo con la gente y me pongo al día.

Pero usted no nació en el barrio.
— No, yo nací en Corona. En Can Vent, allí nací y crecí hasta que me casé. Entonces, a los 19 años, me fui a vivir a Sant Rafel con mi marido.

¿Cómo llegó al barrio?
— Mi marido vio por casualidad que este solar estaba en venta. Serían los principios de los años 70 y aquí no había nada. Le gustó pero no podía comprarlo él solo, así que nos asociamos con mi hermano y con Maimó para comprar el terreno y contruir el edificio. Entonces montamos el bar y cuando le compré el local de al lado a mi hermano montamos la primera tienda. Trabajábamos día y noche, por el día vendiendo y por la noche reponiendo. Además tenía una puertaa que la conectaba con el bar, y acabámos mal acostumbrando a la gente atendiendo día y noche a clientes que querían cualquier cosa. Así que con el tiempo compramos el terreno de delante y montamos la tienda grande. Desde entonces, trabajando mucho, poco a poco hemos ido adelante.

¿Por qué le pusieron de nombre Norte?
— La verdad es que es muy sencillo,. Cuando Vicent, mi marido, tuvo el bar montado nos encontramos con que no teníamos nombre y propuso que le llamáramos Norte porque está mirando al norte. La verdad es que no sé si mira al norte pero desde entonces el bar y la tienda se han llamado así.

El Norte, más que el nombre de su negocio, se ha convertido en el nombre de toda esta zona.
— [Ríe] Sí, incluso hay quien llama Norte a la calle, es la calle d’es Fornas. Una vez hubo una confusión con la policía, que puso esta calle como la calle Norte y al parecer la calle Norte está por el puerto de Ibiza.

Y aquí sigue. ¿Cuál es la fórmula?
— Hay que saber conocer a la gente, a quien le gusta una broma y a quien no. Otra cosa el servicio: yo misma he llegado a ir a Vila a por una barra de pan porque a mí se me había terminado y tenía que hacer el favor a una clienta. Esto no se hace en ningún sitio. Tampoco se hace en ningún sitio lo de dejar que alguien que no tiene dinero en el momento dejarle que te lo dé más adelante. Lo mucho que hemos trabajado también es fundamental y mis hijos y yo hemos trabajado mucho; me preguntas que cómo ha durado tanto el negocio, pero lo que no sé es cómo me han durado los hijos [ríe]. Y mi yerno igual, que lleva unos 30 años con nosotros. Pero lo principal es el personal que hemos tenido siempre. He tenido mucha suerte de que las dependientas y los camareros siempre han sido muy buenos. Desde Fina, que fue la primera dependienta, hasta ahora.

Desde Fina hasta ahora ha tenido a varias generaciones.
— Sí, me hace gracia, tanto de trabajadores como de clientes hemos tenido a los abuelos, luego a los hijos y ahora a los nietos. ¡Tres generaciones! [en este momento, un cliente que la escucha le recuerda que ya había atendido a la abuela de su padre en esos años y que a día de hoy atiende a su hija. Por lo que, en realidad, serían cinco las generaciones a las que Catalina ha atendido] esto da mucha alegría porque ves otras tiendas como ésta que se van a pique por las grandes superficies y aquí seguimos atendiendo a los hijos de los nietos de nuestros primeros clientes. El barrio siempre me ha respetado mucho.

¿Cómo se gana este respeto?, ¿a base de confianza?
— Piensa que hay clientes que me cuentan cosas que no cuentan ni en su familia. Saben que me pueden contar cualquier cosa.

Imagino que habrá ayudado a mucha gente...
— Por supuesto. Me sabría muy mal que, por no hacerle un bocadillo a alguien que no puede pagarlo, no cenara esa noche. Eso sí, dinero no dejo nunca, pero a cualquiera que necesite comer no le he dicho nada. Al que ves que está tirando el dinero con las maquinitas te da rabia, pero el que ves que está sin trabajo y no tiene dinero siempre intentas echarle una mano. Siempre hemos tenido una hucha en la tienda que cuando se llena la llevamos a Cáritas o a Cruz Roja.

Tiene un lugar desde el que ve en primera línea la situación de los vecinos, tanto económica como anímicamente. ¿Cree que la época que atravesamos es la peor que se ha vivido en este sentido?
— Sí, por supuesto. Ha sido la peor época. Aunque hay que dar gracias a los ERTE y que la gente mayor ha tenido ayudas. También tengo que decir que no es el barrio que peor lo ha pasado, aunque siempre hay quien no llega, siempre hay familia que ayuda a pasar las malas épocas.

¿Ha sido, o está siendo, peor la crisis de la pandemia, o la de la burbuja inmobiliaria de 2008?
— Creo que más o menos las dos han sido igual de malas. Entonces se notó también en la tienda; se vendía menos, si la gente no tiene dinero compra menos. La verdad es que no creo que esté superado, tendremos que aprender a convivir con esto.

¿Echa de menos otros tiempos?
— Entonces había menos dinero, las cosas eran más baratas y parecía que el dinero cundía más. Se podían hacer cosas. En estos tiempos el dinero no cunde tanto. Nosotros logramos montar la tienda y el bar, pero ahora no se puede hacer nada. También es verdad que ahora nos gusta vivir mejor, la gente compra más cosas y le gusta irse de vacaciones cada vez que puede y hacen muy bien. Yo no me fui de vacaciones hasta hace un par de años.

¿Le haría ilusión que alguno de sus cuatro nietos siga con el negocio?
— Que hagan lo que quieran. Están estudiando todos. Carmencita y Paula estudian para ser maestras, Toni quiere irse a hacer arquitectura y el otro de Vicente quiere hacer algo de deporte.

Para terminar, seguro que en este tiempo ha tenido que contestar muchas veces la historia de por qué le falta un dedo de la mano izquierda.
— Pues no te creas, como escribo con la otra mano y siempre tengo la otra recogida hay quien lleva 20 años y no se ha dado cuenta. La historia fue que cuando era pequeña no era muy buenecita que digamos, yo tenía tres añitos y mi madre estaba ayudando a unos vecinos con la ventadora [trilladora de grano] que teníamos y que les dejábamos usar. Un chico me dijo que no me acercara a ella por que ‘mordía’, como yo era muy cabezona y siempre teníamos la ventadora bajo la higuera (parada) y nunca me había mordido le dije que no era verdad. Él me dijo que si quería comprobarlo que le pusiera el dedo y yo hice lo que hacen los niños, puse la mano y el engranaje de la ventadora me pilló los dedos y este no lo pudimos salvar.