Pepita Ramis (Ibiza, 1967) ha dedicado su vida a su puesto de fruta y verdura en el Mercat Vell. Un puesto que heredó de su madre, que a la vez heredó de la suya. De esta manera representa la tercera generación de tenderas en el mercado más tradicional de Vila.

Desde cuándo lleva en este puesto?
— Toda la vida, piensa que (el puesto) ya lo llevaba mi madre, Eulària, y antes que ella mi abuela Josefa. Podría decirse que, aunque soy de Jesús, he nacido en el Mercat Vell.

¿Cuándo abrió el puesto su abuela?
— No te lo sabría decir, seguro que bastante antes de los años 60, porque entonces ya estaba aquí mi madre.

¿Vendían aquí lo que producían en casa?
— No. Nosotros nunca hemos tenido terreno para cultivar. Hemos vendido siempre lo que compramos a los payeses. Siempre han venido a ofrecernos sus productos. En la época de mi madre había varios de ellos que solo sembraban para ella. Eran tiempos en los que había los mayorales, y quienes se ocupaban de la tierra le traían productos a mi madre directamente al mercado.

Habrá cambiado mucho el paisaje y la vida del Mercat Vell desde entonces...
— ¡Muchísimo!

¿Cómo era la vida de la pequeña Pepita en el Mercat?
— Mi madre me traía por las mañanas, yo iba al colegio de las monjas, aquí al lado. Me iba al cole y al mediodía, cuando salía, volvía aquí y mi madre preparaba la comida aquí mismo. Comíamos y volvía al cole. Cuando salía por la tarde recogíamos y volvíamos a casa en bicicleta.

Su madre se pasaba aquí el día entero...
— Así es. Todo el día.

¿Entonces ya ayudaba a su madre?
— Sí. Cuando ella se ponía a cocinar yo, que era un renacuajo, me cogía un cajón, me subía y atendía a los clientes mientras tanto.

¿Qué ambiente se respiraba en el Mercat Vell de entonces?
— No tiene nada que ver ahora con lo que era entonces. Era todo muy familiar. Estaba a tope de puestos. No quiero exagerar, pero yo diría que, por lo menos, había 40 o 50 puestos. Estaban los de dentro, más otros que se montaban fuera en un techado que había.

¿Eran todo puestos de comestibles?
— Sí, era todo de comida. Había todo tipo de productos. También había un puesto de legumbre ya cocinada y el puesto de los bocadillos, que todavía sigue abierto.

¿Por aquel entonces ya tenía claro que ésta sería también su vida?
— No, la verdad es que no es que lo tuviera claro. Pero el hecho de haber estado aquí toda la vida ayudando, y que cuando me saqué el carnet era yo quién traía y recogía a mi madre y también le echaba una mano, al final te anima. Cuando es lo que has hecho toda la vida desde muy pequeña al final te gusta y te animas. Al principio me quedé con el puesto de helados que había junto al puesto de mi madre, tenía frutos secos, chuches y pastelitos a granel. Cuando ella dejó su puesto decidí quedármelo todo.

¿De qué año hablamos?
— No sabría decirte, yo tendría casi 20 años así que serían mediados o finales de los 80.

Ha cambiado mucho de cómo lo describe, ¿qué ha pasado estas últimas décadas?
— Piensa que entonces este era el único mercado. Entonces abrió el Mercat Nou y ya se fueron muchos de los puestos que estaban aquí. Después llegaron los grandes supermercados y, poco a poco, año tras año, todo esto ha llevado a que la gente ya no entre aquí, y bajando progresivamente. Otro factor que, en su momento, hizo que muchos dejaran su puesto del mercado fue el boom de los hoteles: se ganaba mucho más trabajando en un hotel que en un puesto del mercado.

¿Ve futuro para este mercado?
— Mientras no viva aquí más gente, mientras no nos dejen tener puestos de carne, puestos de pescado, una panadería como Dios manda y cosas que permitan a la gente comprar de todo de una vez, no. Por que no vendrán a buscar fruta y verdura si no pueden comprar lo demás que necesitan. Quienes vienen lo hacen para comprar alguna cosa puntual que les falta en el momento, pero la compra grande no la pueden hacer aquí.

¿Confía en los planes del Ayuntamiento con la Peixateria?
— Si lo hacen bien y hay de todo puede ser una mejora. Otra mejora que necesitaríamos es que hicieran aparcamientos para que la gente pudiera venir a comprar sin restricciones de tiempo.

¿Es optimista?
— Sí, yo siempre soy optimista.

¿Cree que volveremos a ver ese Mercat Vell que me describía antes?
— Sí, yo creo que sí. O por lo menos que podamos seguir viniendo aquí, trabajar y mantenernos

¿Veremos una cuarta generación de la familia en este puesto?
— Nunca se sabe, pero por el momento mis hijos ya tienen sus carreras y sus trabajos.

¿Los nietos tal vez, tiene esa esperanza?
— Pues nunca se sabe, yo siempre tengo esperanzas (risas).