Rosa Marí ante su puesto de flores en el Mercat Vell. | Toni Planells

Rosa Marí (Ibiza, 1965) es de Can Banyeric, de Sant Jordi, y se dedica a la venta de flores en el Mercat Vell de Vila. Un oficio que heredó de su suegra en 2007 y que mantiene con la ilusión del primer día. Echa de menos el aroma de las flores ibicencas que vendía su suegra y reivindica los tratos «a la ibicenca» en los que el valor de la palabara dada era superior a cualquier firma de notario.

—¿Qué la llevó a dedicarse a la flores?
—Me dedico a esto de rebote. Cuando se jubiló mi suegra, que llevaba aquí toda la vida, mi marido me propuso que viniera yo, y aquí estoy desde entonces, 15 años después. De hecho ella también le tomó el relevo a su suegra.

—¿A qué se dedicaba antes?
—Trabajaba en un souvenir en Cala Tarida, en Cas Milà. Allí estuve durante diez temporadas. Incluso me organicé el embarazo de mi hija para poder cuidarla en invierno y trabajar el verano... a lo mejor fue casualidad pero a mí me salió bien. Teníamos un trato que consistía en que ellos me dejaban el local, yo hacía todo el trabajo e íbamos a medias con todo, lo beneficios y las deudas. Uno de esos tratos a la ibicenca y con nuestra palabra llegamos hasta el final. Además cuando me fui me aseguré de que el día que quisiera volver tendría las puertas abiertas, y así fue.

—Este tipo de tratos, en los que la palabra dada tiene un valor absoluto, creía que ya no se hacía.
—Todos los tratos que hizo mi padre, Pep Banyeric, de ca s’Hereva, fueron siempre así. El último que hizo fue el único que le salió mal. Él era un comerciante nato, había tenido una tienda de souvenirs que vendió, también tuvo restaurantes, era cocinero... hacía de todo. Con él aprendí que cuando se da la mano se da de verdad. Yo siempre he hecho las cosas así y nunca me ha ido mal.

—Antes del souvenir, ¿a qué se dedicaba?
—Antes teníamos una tienda de camisetas delante del Pereira. De bien pequeña ya ayudaba a Riteta, la dependienta que teníamos entonces (la pobre ya murió). La tienda era nuestra, pero el local lo teníamos alquilado con una renta antigua.

—Volvamos a su puesto de flores, ¿cómo es la vida vendiendo flores en el Mercat Vell?
—A mi me gusta mucho. Es verdad que tiene sus más y sus menos, pero es como te lo tomes: si te lías con historias de eventos y cosas así es muy duro. Lo que realmente me gusta a mi es el trato que tienes con los vecinos de la zona, con quienes se acercan a buscar lo que hago.

—¿Se preparó para trabajar con las flores?
—Estuve todo un año codo con codo con mi suegra aprendiendo. También es verdad que desde entonces me he ido reciclando, por que lo de antes no es lo mismo que lo de ahora. Ha cambiado mucho.

—¿Cómo ha cambiado?
—Ha cambiado muchísimo. Piensa que mi suegra solo trabajaba con flores de aquí. Los payeses le llevaban ramos de flores para vender.

—¿Qué flores cultivaban los payeses para vender en el mercado?
—Sobre todo girasoles. Pero en general las flores que tocaban en cada época. Se vendían ramitos que los payeses traían hechos de guisantes de olor, de caléndulas, rosas místicas o de unas rosas de parral que nos traía una señora de Jesús. También había dalias, fresias, cosmos... ya te digo, lo que tocaba según la época.

—¿Quedan payeses que sigan cultivando flores?
—Quedan pocos, muy pocos, pero quedan. La verdad es que yo también lo he intentado, pero es muy difícil.

—¿Por qué es tan difícil?
—Es muy sacrificado. Ya te digo que durante una temporada lo hicimos, pero hacerlo todo es muy complicado: plantar, cuidar, recolectar, hacer los ramos y venderlos es demasiado trabajo para una persona sola. Además en verano, si hace mucho sol, se te queman enseguida. También es complicado a la hora regar, ahora ha llovido, pero los años que no llueve tanto se te muere todo. Para sacarle rendimiento hay que plantar mucho y regar mucho y dedicarle mucho tiempo.

—¿Es un cultivo muy distinto al de las verduras y hortalizas?
—Es muy distinto, sí. Piensa que un ramo de flores debe ser bonito, no es como una patata, que te la puedes comer igual, sea más grande o más pequeña, más fea o más bonita, pero una flor sí debe serlo. Además todo florece a la vez y dura lo que dura. Puedes tener una flor que te llena el mercado unos días y no volver a tenerla nunca más. Es más complicado de lo que la gente se piensa.

—¿Es por eso que solo tiene flores de vivero?
—Claro. Yo reconozco que tengo flores de vivero, pero es que hay que pensar que estas flores, las payesas, duraban muy poco y hoy en día la gente quiere flores que duren, por lo menos, una semana. Si no, prefieren una planta, pero no es lo mismo: las flores son flores. La belleza de las flores es la belleza de lo efímero. Mira las que duran toda la vida (las de plástico): ¿eso te parece bonito?

—¿Una rosa ya no es una rosa?
—(ríe) Por lo menos es muy distinta de lo que era, ahora hay rosas de todos los colores y tamaños que quieras, pero las rosas que nos traía esa payesa de Jesús eran una maravilla. No duraban más de tres días, vale, pero cuando se abrían olían de una manera que al pasar con el carro todo el mundo se giraba. El olor se sentía por todo alrededor. Olía más un ramito de esas rosas que un camión de rosas de invernadero.