Marí rodeada de los productos de su ferretería. | Toni Planells

Nieves Marí (Ibiza, 1965) regenta la ferretería Es Mercat, en pleno corazón de Santa Eulària junto a su marido Joan.

— ¿Cuándo abrió la ferretería?
— La ferretería la abrimos en el mercado en abril de 1986, pocos meses después de que se pusiera en marcha el mercado de Santa Eulària. Abrimos un puesto dentro del mercado y fuimos creciendo poco a poco. Al tiempo nos hicimos con otro puesto, poco después dos más y más adelante ya abrimos el local grande, que da a la calle por un lado y al mercado por otro. Recuerdo que se reían de nosotros cuando abrimos el puesto de ferretería en el mercado. Pero es que hay que tener en cuenta que es un buen punto de partida para cualquier emprendedor que quiera poner en marcha un negocio.

— Debe ser uno de los pocos puestos del mercado que ha crecido tanto...
— Bueno, lo que pasa es que nosotros somos el puesto de venta. Pero piensa que el que vende verduras puede que no haya crecido su puesto de venta, pero sí que ha hecho invernaderos y otras cosas.

— ¿Qué momento vive el negocio de la ferretería y droguería?
— Pues no te creas que es lo que era. Sufrimos la venta por internet y el efecto de las grandes superficies. Abrir un negocio de este tipo hoy en día no es tan fácil como podía ser antes. Ahora hay mucha más competencia.

— ¿Se refiere a los precios?
— No te creas que hay tanta diferencia en cuanto a los precios. Lo he mirado y no creo que sea por eso. Lo que pasa es que, generacionalmente, los jóvenes lo compran todo on line o en las grandes superficies. Apenas van al comercio local, han cambiado los hábitos. Es como con el producto fresco, ya hay quién no sabe distinguir un producto local fresco de uno envasado. Ahora se va a lo fácil, a lo precocinado.

— ¿Le parece que las nuevas generaciones están perdiendo los conocimientos en cuanto a cocinar y hacerse las cosas uno mismo?
— Hay de todo. Hay quién lo trabaja mucho, que se esfuerza en saber cocinar y esas cosas, pero por otro lado hay quién no tiene ni el más mínimo interés. Que a lo mejor no tienen tiempo por el trabajo y también es posible que en su casa no hayan llegado a ver como se cocina de manera casera. Cuando dos generaciones dejan de aprender algo, esto se pierde. Yo lo he trabajado mucho con mis hijos y he conseguido inculcarles la importancia del producto de proximidad.

— ¿Tiene que ver que esté en el mercado su sensibilidad hacia el producto de proximidad?
— A lo mejor sí. Como siempre he estado aquí, sin tiempo para ir a comprar a las grandes superficies, he aprendido a valorar este producto.

— ¿La gente joven no sabe comprar?
— Yo creo que no. Comprar es un trabajo que precisa tiempo. Vas a una gran superficie, aparcas, llenas el carro, pagas, lo vacías y te vas. Pero para comprar producto local hay que hacerlo de puesto en puesto, eligiendo el producto y claro, eso lleva su tiempo. Pero el trato no es el mismo y la calidad por supuesto que tampoco.

— ¿Hay solución?
— Yo pienso que sí. Consiste en la educación. De la misma manera que se da educación vial, también se puede educar a los jóvenes en los valores del producto local. Se podría hacer como en el tema del reciclaje, que lo han enseñado en los colegios y han sido los niños quienes lo han trasladado a las casas. Yo he aprendido a reciclar gracias a que me lo han inculcado mis hijos desde lo que han aprendido en el colegio.

— ¿Institucionalmente se trabaja suficiente en este sentido?
— Trabajar está claro que se trabaja, pero también está claro que no lo suficiente. Por lo menos no con la suficiente efectividad, se hace mucha campaña pero está claro que no acaba de funcionar.

— En 10 minutos de conversación han entrado tres clientes, movimiento hay, ¿verdad?
— Sí, algo de movimiento sí que hay. Lo que pasa es que ha bajado mucho. Entre la pandemia y todo lo que está pasando se nota. No somos una tienda de producto de primera necesidad.

— ¿Tuvieron que cerrar durante el confinamiento?
— Sí. Abrimos la parte del mercado para vender los productos que teníamos como guantes o mascarillas. Las mascarillas que teníamos, que eran para pintar y esas cosas, se agotaron enseguida. Tuvimos que limitar su venta para que no se agotaran tan rápido. Hubo alguno que las quería todas, fue una época de pánico y ya se sabe lo que pasa.

— ¿No cree que vivimos años de continuos  ataques de pánico que llevan a consumos exagerados?
— Sin duda. Lo de las mascarillas y los guantes fue un ejemplo, pero también pasó con el papel higiénico y últimamente con el aceite de girasol. Si es que mucha gente lo compra como si no hubiera mañana y ni lo había usado nunca.

— ¿Vendió mucho camping gas?
— (Ríe) Sí, también hubo una paranoia general con un corte de la luz y se vendieron cantidad de camping gas y botellas de gas. Yo intento explicarles que no hay para tanto.

— ¿Convenció a alguien de que no se acababa el mundo?
— Yo creo que sí. Pero por si acaso se llevó en camping gas igualmente (ríe). Se acabaron agotando. Y es que los medios de comunicación le dais demasiado bombo a las cosas y la gente se lo cree todo.

— Fuera de la tienda, ¿tiene alguna afición?
— Los autónomos no tenemos tiempo de tener aficiones. Los sábados por la tarde y los domingos, que es cuando cerramos, vamos a visitar a las abuelas. Son mi madre y la de mi marido. Mi madre, Catalina tiene 87 años y mi suegra, Ana, tiene 92.