Manolo, un ‘road manager’ convertido en tabernero.  | Toni Planells

Manuel, Manolo, de la Esperanza (Madrid, 1966) regenta desde hace casi dos décadas La Grifería, una taberna en es Viver que puso en marcha dejando atrás su vida en el mundo de la música como tour manager de estrellas de primera fila.

— ¿Cómo se definiría a usted mismo?
— A mí me gusta decir que soy tabernero. Esta palabra me recuerda a mi Madrid, yo nací en el mismo Chamberí. En la calle Modesto la Fuente. Además, ser tabernero es dar placer a la gente, y eso es lo que me gusta.

— ¿Qué hacía un joven del Chamberí de los años 80?
— Yo jugaba a baloncesto de manera semi profesional en un equipo que se llama La Dehesa. Llegué a hacer las pruebas para el Real Madrid, pero nunca me llamaron. Había un compañero del equipo que trabajaba de seguridad en conciertos y ahí comenzó todo. El compañero trabajaba para Gamerco, la compañía de Gay Mercader, que traía los conciertos gordos y necesitaban a gente de seguridad. Así que, para ganarnos unas pelas, nos apuntamos. Trabajamos con los más grandes: AC/DC, Michael Jackson, Deep Purple, Sepultura, Tina Turner... Por aquel entonces uno de los capos de Gamerco, el Cata, montó lo que él llamaba el equipo A, unos 50 tíos de su confianza para hacer la seguridad del backstage en las giras de esta gente.

— ¿Se dedicó al mundo de la seguridad?
— No, una vez nos llamaron para trabajar en el directo que Barricada grabó en el antiguo pabellón del Real Madrid. No se les ocurrió otra cosa que tirar una cámara con una tirolina a través de todo el pabellón. Imagínate cuando la gente pudo llegar a las cámaras, eso era una locura. Total, que al mánager de Barricada, Cristóbal Cintas, le gustó cómo apartábamos a la gente y me ofreció trabajar con ellos. En aquella época Barricada era una barbaridad, tocaban sin parar. Comencé como jefe de seguridad en gira y acabé como tour manager. Más tarde, en la oficina de Cristóbal, ficharon a Navajita Plateá. Allí [señala una pared de La Grifería], tienes el disco de oro que me dieron por haber hecho la producción técnica. La oficina de Cristóbal se acabó yendo a pique y me ficharon los Heredia, que llevaban a los Estopa, el Fary, Juan Pardo o a Sergio Dalma (para mí, estos dos son los caballeros de la música en España). Allí me encargaba de todo lo que es la producción de las giras, lo que viene a ser el tour manager.

— ¿En qué consiste la producción técnica y la labor de tour manager?
— Cuando se hace un disco por un lado se hace la producción musical, pero por el otro lado está la producción técnica. Te dicen, «necesito a tal percusionista, un guitarrista...» o lo que sea, y tú coges le llamas, negocias el precio, le buscas hotel, comida, le llevas al estudio a grabar y todo lo que haga falta. El tour manager se encarga de todo a partir de que el manager ha cerrado el contrato: dónde se hace el concierto, electricistas, carga y descarga, accesos, permisos, seguridad, catering, equipo... todo.

— ¿Cuánta gente mueve un concierto?
— Detrás de una gira hay muchísima gente trabajando. Se quejan de que la entrada a un concierto pueda valer 50 pavos. Piensa que en las giras de Sergio Dalma en la banda eran ocho. Si empiezas a sumar técnicos te salen unas 40 o 50 personas, más otras 100 o 150 que hay que pedir en cada sitio para montar, más la seguridad, más los ‘tiqueteros’ y una lista interminable que la gente no sabe valorar. Tampoco lo que cuesta grabar un disco: hay que buscar estudio, músicos, técnicos etc. de hecho hay músicos en Ibiza que conozco de aquellos tiempos, como Norberto.

— Debe tener mil anécdotas con alguna de las estrellas con las que ha trabajado.
— Imagínate, miles. Hubo una vez que yo estaba con una diarrea terrible en plena gira de baño en baño. Al salir de uno de ellos me encontré que estaba todo a oscuras, encendí la linterna y me encontré a un tío sentado haciendo yoga. Justo antes de que una mano enorme me sacara de allí vi que aquel tío era Sting. Otra vez, al principio de todo que no me enteraba mucho, estaba de seguridad en la puerta del camerino de The Cure en un concierto en Las Ventas y vino un tío que quería pasar sí o sí. Como no tenía acreditación y se puso flamenco le empujé y se cayó por las escaleras. Era el mismo Robert Smith, yo era muy garrulo y no lo conocía, de hecho nos contrataban por eso. Me castigaron vigilando la puerta de los mansos (ríe). Otra vez, en Cádiz, acabamos todos los de seguridad esposados por no dejar pasar al comisario de la Policía y a su familia. Menos mal que mi jefe justo estaba con el delegado del Gobierno en ese preciso momento.

— ¿Algún artista del que guarde un recuerdo especial?
— Phil Collins, es todo un caballero, una vez paró el ensayo en la gira Magic Circus hasta que nos pusieran una silla y agua a todos los de seguridad.

— ¿En qué momento dejó ese mundo y vino a Ibiza?
— En el momento que vine a Ibiza por primera vez. Sería el 2000 y vinimos con Sergio Dalma para un concierto de las ‘Festes del 8 d’Agost’. En aquellos tiempos había una concejala de fiestas que se llamaba Sandra Mayans, que nos llevó a comer a Can Alfredo. Sandra vino con una amiga, Belén, que al contrario de lo que suelen hacer las amigas de las concejalas, ella estaba allí tranquila con su periódico sin hacer demasiado caso. Empezamos a salir, nos casamos y lo dejé. La vida como road manager es incompatible con un matrimonio. Aquí intenté montar un festival con músicos internacionales, Sting por ejemplo, aprovechando mi oficio, pero con la burocracia y la falta de interés por las instituciones acabé abandonando el proyecto. Así que me tomé un año sabático y en 2005 abrí La Grifería. De un oficio esclavo a otro oficio esclavo, ¡ya ves!. Desde entonces soy un payés madrileño y tabernero: hago feliz a la gente. No creo que a estas alturas cambiara otra vez de oficio. Soy feliz así.

— ¿Me recomienda algo de música?
— Te voy a recomendar una película: Granujas a todo ritmo. La he visto miles de veces, cuatro o cinco cada año. He llegado a estar en el hotel donde murió John Belushi.