Ferrer en el Club Náutico de Ibiza. | Toni Planells

Aunque ya en plena jubilación, Vicent Ferrer (Barcelona, 1953) podría definirse como excomerciante, expolítico o fotógrafo. Él prefiere identificarse como «hombre de mar» . También se define como «comerciante y asociacionista». Y es que Suret (como le conocen sus allegados) fue responsable de la Asociación de Vecinos del Mercat Vell y de la de comerciantes en la Marina (donde tuvo una tienda durante 28 años) antes de su etapa política en el Ayuntamiento de Vila.

— ¿Nació usted en Ibiza?
— No. Mi madre es catalana y en los años 50 mi padre trabajaba en Barcelona, que es dónde nacimos yo y mis hermanas, Montserrat, Núria y Montse. Nos trasladamos a Ibiza cuando se hizo el instituto y mi padre ganó una cátedra de dibujo aquí, creo que era 1961. Siempre digo que he nacido dos veces, la segunda fue cuando vinimos. Ese fue mi verdadero nacimiento.   

— ¿Qué se encontró para sentirse de esa manera?
— Es que en Barcelona me aburría mucho, apenas tengo recuerdos de mi infancia allí. En cambio, cuando llegamos a Ibiza fue increíble. Estábamos en el barrio de Can Bellet, ese edificio que se cayó (si no eres joven seguro que no te acuerdas), ahora está el edificio que hace esquina junto al instituto Santa María. A partir de allí todo era campo, sin ninguna edificación más allá del hospital que luego fue el colegio Juan XXIII y ahora Sa Real. Estábamos todo el día en la calle jugando.

— ¿A qué jugaban?
— A todo. Teníamos una imaginación desbordante. Hacíamos cabañas, guerras contra otros barrios (nuestros enemigos eran los de ses viviendes), jugábamos a hockey, a fútbol, cada temporada nos daba por jugar a algo distinto. Hasta a la vuelta ciclista (ríe). Con los cuadritos de la acera a modo de casillas poníamos unas figuritas de ciclistas de plástico y con un dado íbamos avanzando hasta llegar al final de la acera. También nos tumbábamos en la carretera de Sant Antoni (ahora es Ignasi Wallis), había unos árboles, que todavía están, y el juego era levantarse lo más tarde posible cuando venía un coche. Ganaba el que menos árboles tenía entre él y el coche al levantarse. Imagínate el tráfico que habría entonces. De hecho siempre nos reñían porque hay que tener en cuenta que entonces nos conocían todos y nos decían eso de «¡ya se lo diré a tus padres!».

— Su padre tenía fama en Ibiza de ser duro.
— (ríe) Mi padre era una persona muy conocida por muchas cosas, también por su carácter. Era una persona recta pero justa. Además, esa imagen de dureza no se la traía a casa. Pero en casa Vicent Ferrer Guasch fue director del instituto, catedrático de dibujo y su verdadera vocación es más que conocida: la pintura. Mi madre, Adela Barbany, era una persona de una modestia y una dulzura total.

— ¿Estudió usted fuera?
— Sí, estuve en Barcelona estudiando en Bellaterra. Cuando volví monté la tienda pequeñita en la Marina que se llamaba Keep. Más adelante otra un poco más grande que se llamaba Art Joy y después otra que se llamaba Xaire al lado de Santa Cruz con mi hermana. Vendía artesanía, mucha cerámica hasta que su venta fue decreciendo, plata hecha a mano y en la última época incluso algo de ropa, hecha a mano, eso sí.

— ¿Se define entonces como comerciante?
— Sin duda. Además, siempre he estado muy ligado con el asociacionismo y con la Marina. Fui vicepresidente de su asociación de vecinos y presidente de la de comerciantes.

— ¿De ahí entró en política?
— Sí, entré en política como independiente, nunca desde un partido político. En el momento de las autopistas decidí que tocaba dar un paso adelante, pero en una época muy concreta: dos legislaturas y ya. Desde esa experiencia, llegué a ser teniente de alcalde (2007-2011). Considero que la ciudadanía debería acercarse también a la política local. Sin embargo, reconozco que la política también debería acercarse más al ciudadano. Cuando estás metido en el Ayuntamiento es cierto que la política te aleja de la realidad. El día a día y la burocracia te come y te agobia. Desde allí es fácil perder la perspectiva. Fue una experiencia muy interesante, pero no repetiría. Los políticos profesionales me dan miedo. Yo no soy político, soy un hombre de mar.

— ¿De dónde le viene la afición por el mar, es pescador?
— ¡No! No soy nada pescador, además no me gusta el pescado. Me viene de toda la vida. De los pocos recuerdos que tengo de Barcelona es que, a los tres años, ya jugaba con cajas de cartón, amarrándolas como si fueran barcos en el muelle del pasillo. Toda mi vida ha sido una obsesión. Para mí ver el mar a diario es una necesidad. Aunque nadie se explica de dónde me viene esta pasión, a mi padre le gustaba el mar pero no era su afición (él era más de fútbol).

— ¿Cómo comenzó sus primeras travesías?
— De bien pequeño, tendría 12 años, el puerto era un lago de una tranquilidad absoluta y yo remaba con un botecito que tenía desde el Club Náutico hasta el muro y una vez. Allí abría una sombrilla y volvía arrastrado por el viento. Así una y otra vez (ríe). A partir de ahí me compré un barquito de vela y fui evolucionando hasta llegar a competir con todo tipo de embarcaciones. Además de cruzar el Atlántico con mi mujer, Iolanda, en el momento en el que nos jubilamos, con el Suret VI. Todos mis barcos se han llamado Suret, que es el nombre con el que me ha acabado conociendo la gente.

— ¿Cómo fue esa travesía?
— Era un plan que Iolanda y yo teníamos claro desde 2009: el día después de que ella se jubilara partiríamos al otro lado del Atlántico. Así fue. Primero fuimos hasta Gibraltar y después hasta Canarias, por el camino hubo una ballena que se puso a juguetear con nosotros (fue emocionante). De Canarias a Cabo Verde y de ahí cruzamos hasta Martinica, 17 días de navegación. Había un pájaro que nos visitaba cada mediodía en pleno Atlántico. Además pescamos, eso sí: dos peces en toda la travesía (un atún y un dorado de 7 kilos cada uno), eso sí: nos duraron semanas (hay congelador en el barco). Desde entonces y hasta la pandemia hemos estado pasando medio año allí. El Suret VI sigue allí.

— También es un gran aficionado a la fotografía, ¿de dónde le viene esta afición?
— Siempre me gustó, a lo mejor me viene de mi padre, que hacía fotos para después interpretarlas en sus pinturas. Empecé a hacer algún curso (con Alejandro Marí Escalera) con la llegada de la fotografía digital y a hacer fotografía nocturna. Ya he hecho varias exposiciones colectivas. La última está estos días en el Club Náutico, una entidad que también está íntimamente relacionada con mi vida.