Catalina tras la barra del Astro, tal como estaba hace 40 años. | Toni Planells

Catalina Riera (Santa Gertrudis, 1949) ha sido el alma del bar Astro durante los últimos 40 años. Un establecimiento en el que se vuelca a la hora de cocinar para unos clientes que se empeña en definir como familia. Una familia que se ha sentado en su mesa durante varias generaciones.

— ¿De dónde es usted?
— Yo soy de Can Ric, en Santa Gertrudis. Una payesa de tierra seca; he recogido algarrobas, almendras, higos, también he cuidado ovejas y del huerto, claro. Todo esto he hecho desde pequeña. Más adelante también estuve ayudando a una prima mía, que me lió para vender pescado en el mercado, en Pescados Lluquí. Yo ya tenía a las niñas, que eran pequeñitas, y tenía ganas de hacer cosas fuera de casa.

— ¿Todavía no tenía el restaurante?
— Lo teníamos alquilado. Nos lo dejaron y decidimos abrir algo sencillo, con algunas tapas y poca cosa más. Yo no tenía ni idea de cocinar, más allá de lo que hacía en casa. Resultó que justo cuando lo inauguramos, en 1982, estaban construyendo la cárcel aquí cerca (en Cas Mut) y el primer día se nos llenó de los obreros que trabajaban allí. De golpe 15 o 20 trabajadores. ¡Imagínate!.

— ¿Cómo se apañó?
— Cocinando como cocinaba en casa, pero más cantidad. La verdad es que tuve la suerte de que, al principio, nos echó una mano un vecino y amigo que teníamos, Emilio, que era cocinero en los hoteles de Matutes, pero tuvo que marcharse tras unos meses. Además, resultó que la mujer de uno de esos trabajadores, que tenía experiencia trabajando en restaurantes, me pidió trabajo y me ayudó muchísimo.

— ¿Aprendió de ellos?
— Y de Felipe de la Peña, que me apunté a aprender cocina con él. Es un gran profesor y una gran persona, ¡aunque luego diga que le hago la pelota! Mi hija, Lina, que está conmigo en la cocina, también aprendió con él. Me enseñó mucho. Con Felipe me di cuenta de lo poco que sabía de cocina. Todavía creo que sé poco, pero bueno, los clientes parece que están contentos.

— ¿En qué se basa para afirmar eso?
— [Ríe] A que normalmente repiten. A día de hoy viene a comer gente cuyos bisabuelos ya eran clientes nuestros cuando abrimos. Por ejemplo, Carmen Valero, ha venido ella, venía su hija, también viene su nieta con sus hijos.

— ¿Cuál es el secreto?
— La verdad es que he tenido mucho apoyo y muy buena gente trabajando. Como Luci, que lleva 20 años trabajando con nosotros y siempre digo que es mi tercera hija. Mi otra hija, Pepita, también ha trabajado con nosotros siempre. Ahora también tenemos a su hijo, mi nieto Vicent; se ríe escuchándome en esta entrevista, pero él trabaja cinco horas y ya dice que está cansado. Yo dormía cinco horas y no lo estaba [ríen]. Desde hace unos meses tenemos a Melisa, que también es muy buena. Mi marido Joan Curuner, también estuvo con nosotras hasta que se jubiló, pero todavía se va pasando y nos echa una mano con la compra o con lo que haga falta.

— Tienen buena maestra.
— Yo es que siempre he trabajado mucho. Me ha gustado mucho trabajar, desde pequeña. Mi madre siempre me decía que ya tendría tiempo de aprender, pero cualquier cosa que hubiera que hacer yo iba de cabeza. No le tenía miedo a nada, cavar, esparcir estiércol o enblanquinar la casa con cal, como se hacía antes.

— Ha trabajado mucho, tiene a sus dos hijas más la tercera en el restaurante, a su nieto y a Melisa. ¿No se plantea jubilarse?
— ¡Es que no me dejan! [ríen todas]. Lo que pasa es que yo soy feliz cocinando. Prefiero estar cocinando durante dos semanas antes que limpiar durante unas horas. Soy muy feliz cocinando y eso se lo debo a mis clientes, que ya te digo que son mi segunda familia.

— Imagino que debe conocer a la mayoría.
— Ya lo creo. Algunas veces hay alguien que, por lo que sea, lleva un tiempo sin venir y, si nos encontramos por la calle, nos llevamos una alegría. Para que te hagas una idea, en la cocina, cuando nos entra un pedido, ya sabemos de quién es y si le gusta más o menos hecho o de una manera o de otra. Seguramente no todo el mundo esté contento, pero si no lo están solo tienen que decirlo. Deberíamos poner un libro de quejas.

— ¿No cree que se quedaría en blanco?
— No lo sé. Pero sí que es verdad que seguimos trabajando más que en otros tiempos. Sobre todo por la comida para llevar, y mira que lo hemos publicitado nunca, pero hoy en día la gente tiene prisa y no tienen tiempo para nada. Antes no se hacía para llevar, ahora no hay un miércoles que hagamos menos de 300 canelones.

— Estos canelones, ¿son el plato estrella del Astro?
— Yo diría que sí. Pero las croquetas también gustan mucho, me dicen que son como las de la abuela. Las hacemos pollo y de bacalao y llegamos a hacer más de 300 tres días por semana. Haz tú las cuentas. También gustan mucho los callos o la lengua. La verdad es que no sabría decirte cuál es la estrella.[«¡la estrella es ella!» apostillan, con toda la razón, sus hijas].

— Tendrá mil anécdotas durante todos estos años.
— Sin duda. Hubo una vez que unos clientes nuestros trajeron a un amigo suyo italiano. Este hombre insistió para que le invitara a comer a mi casa. Insistió tanto que accedí, pero se llevó un chasco. Se había hecho la idea de que, si le había gustado tanto mi manera de cocinar en el restaurante, ¿cómo debía cocinar en mi propia casa?. Pues se encontró con algo normalito, igual o peor que lo que preparo en el restaurante. Aunque le gustó, se quedó un poco chafado. No sé qué se esperaba encontrar, la verdad [ríe]. Ya lo dicen mis nietos, se come mejor aquí (en el restaurante) que en casa.