Toni Guasch Guasch. | Toni Planells

Toni Guasch Guasch (Sant Carles, 1960) es de can Toni Mariano, en la venda d’Es Figueral. Un pequeño negocio en Sant Carles, cerca de la carretera a la cala de Sant Vicent, que abrió su padre y hay continúan, tanto él como sus hijos.

— ¿Nació usted en el mismo Sant Carles?
— Se supone que sí (ríe). En can Toni Mariano, que era mi padre. Mi madre era de can Miquel Pera, de Pou d’es Lleó. Soy de aquí, d’es Figueral.

— ¿Como era la infancia en esta zona en su época?
— Pues lo típico. Ibamos a la escuela, aquí al lado, con el mestre Casetes, Josep Marí, que también era pintor. Él solo se encargaba de todos los niños, desde primero hasta octavo. Había épocas en las que nos juntábamos 70 u 80 niños en la clase, todos en la misma, independientemente de la edad. De hecho, a los mayores nos solía tocar enseñar a leer a los más pequeños. Recuerdo que tuve un mismo libro de texto durante tres años, ‘El Tercer Grado’, que lo abarcaba todo en una sola publicación. Cuando me examiné para sacarme el graduado me dieron unas calabazas terribles, y después ya no seguí estudiando. Preferí trabajar, aunque ahora me arrepienta un poco. Desde entonces comencé a trabajar en casa y en el chiringuito de s’Aigua Blanca.

— ¿Se definiría usted como tendero?
— Sí. Porque he estado en la tienda familiar toda mi vida. Pero también es verdad que el oficio de tendero está un poco devaluado últimamente. La verdad es que la tienda la mantenemos por masoquismo (ríe) porque esto es una ruina total. Un tiempo atrás te podías ganar la vida, pero hoy en día la mantenemos para dar servicio a los cuatro vecinos y a los cuatro extranjeros de la zona. Si no fuera por el bar y porque hacemos barbacoas por las noches, la verdad es no sé qué pasaría. Ahora se controla todo muchísimo y no se puede funcionar de la misma manera que se funcionaba antes. Entre sanidad, aduanas y demás es imposible trabajar como se trabajaba antes. No se pueden vender hierbas, sobrassada nuestra ni nada.

— ¿Vendían su propio producto?
— Sí, claro. Cada año hacíamos dos o tres matanzas. También teníamos todo el material para hacerlas, teníamos budells, especias y de todo. Servíamos a 40 o 50 casas de toda la zona, que todos hacían matanzas, también les servíamos todo tipo de sacos de comida para animales o abono.

— ¿Cuándo fundaron la tienda?
— La tienda la abrieron mis padres hace unos 60 años. Mi padre tenía una moto, una Roa, con la que iba y venía a Vila. Traía pañuelos para que las vecinas de por aquí pudieran coserlos y después los devolvía. También aprovechaba los viajes para traerse, por ejemplo, un saco de arroz o de lo que hiciera falta. Con el tiempo se acabó comprando una furgoneta y compraba cuatro corderos a los vecinos de por aquí y se los llevaba a Vila. Mi padre se dedicaba más a esto que a la tienda, de la que se ocupaban más mi madre, mi hermana y mi abuela. Yo era más pequeño y, por qué no decirlo, tampoco me gustaba mucho trabajar (ríe).

— ¿Era también bar y restaurante?
— Un poco sí. Empezó en la época hippie, que vivimos de primera mano. Venían muchos americanos y gente de Canadá y de todo tipo. Mi madre hacía unas tortillas buenísimas y cuatro ensaladas y se acercaban a las cuatro mesas que teníamos a comer, beber y fumarse sus cuatro porros y cervezas en el porche. En el porche también se juntaban los vecinos todos los domingos para jugar al cau, la manilla, el tuti o al burret (nada de timbas en las que se jugaban las fincas, solo era para pasar el tiempo).

— ¿Se encargaban su madre y su hermana solas?
— También echaba una mano mi abuela, Josefina Colomar, de can Lloses, que era una persona muy querida y emblemática en la zona en esos tiempos. Como había nacido en Argelia, hablaba francés perfectamente y se entendía con ellos a la perfección. Se dedicaba a alquilar casas y vender terrenos por aquí. También daba clases particulares a los jóvenes del vecindario. Lo poco que yo sé de francés, también me lo enseñó ella. Además, también era comadrona sin serlo. Recuerdo su memoria fotográfica, durante los últimos años de su vida apenas veía, pero era capaz de darte las indicaciones correctas para llegar a dónde sea, desde el asiento del copiloto.

— ¿Tuvo mucho contacto con el mundo hippie?
— Sí, yo había trabajado también en el chiringuito de s’Aigua Blanca. Es verdad que los que había entonces ya no eran tan hippies, eran sudamericanos y europeos que les imitaban, más que otra cosa. Recuerdo que acampaban en lo alto de los acantilados, habría unos cien o doscientos, y, a veces, los payeses se reunían para echarlos a base de leches. Yo no llegué a ir nunca, porque era un crío, pero te puedo asegurar que sucedía. También hubo una vez que se armó una buena tangana en Santa Eulària, si no recuerdo mal, que creo que llegó a subir hasta el ejército.

— ¿Se ha romantizado el recuerdo de la época?
— Los primeros que vinieron sí que eran encantadores, al menos los que venían por aquí cuando yo era pequeño. Eran todos hijos de papá que se escapaban de Vietnam y, los que había por aquí, venían a la tienda muy a menudo. Pero también había otros que se pasaban un poco. Una vez teníamos unas zapatillas en el tendedero y se las llevó uno de ellos, lo pillé que ya estaba casi en s’Aigua Blanca. Otro día lo mismo con una sábana. También recuerdo una vez que estuvieron comiendo y bebiendo toda la tarde y se marcharon sin pagar. Fui a buscarlos con un garrote, cuando los pillé en Santa Eulària me pagaron.

— ¿Se aprovechaban de la buena fe de los payeses?
— No te quepa duda. Si juntáramos todo lo que me han llegado a dejar a deber, juntaríamos un buen dinerito. De alguna manera se cargaron la confianza de los ibicencos. Sin ir más lejos, aquí al lado vivían unos hippies argentinos que trabajaban de seguridad en el Ku. Un día vino Eddy Grant a tocar allí y, como solía hacer, los llevé hasta la discoteca. Yo era amigo del dj y solía ir muy a menudo. Pues bien, resulta que le robaron la guitarra a Eddy Grant en la discoteca. Habían sido ellos, que se aprovecharon de mí que los llevaba. Los muy cabrones metieron la guitarra robada de Eddy Grant en mi coche sin que yo me enterara de nada.